TDte los pueblos, en los años sesenta, salió, en estampida imparable, una gran masa de extremeños, para buscarse la vida. Era preciso dejar el terruño y salir, cuanto antes, hacia cualquier parte, donde el pan pudiera ganarse más fácilmente y dar a los hijos un futuro más halagüeño, sin míseros salarios, de pura subsistencia. Pero este proceso migratorio, de fuerte traumatismo (40% de la población total de Extremadura), tenía un alto precio que pagar, especialmente por el desgarrón familiar que suponía, al quedar la madre con sus hijos en una durísima espera, hasta la vuelta del emigrante, con ahorros que taparían los grandes agujeros de la despensa. Se fueron, pues, nuestros hombres más jóvenes y audaces, para trabajar en bajos oficios que otros no querían, en la vecina Europa, o en regiones punteras de España, como Cataluña y País Vasco. Mientras tanto, aquí quedaban los mayores, los jubilados, los funcionarios y el sector del comercio y de la empresa. Pero el tiempo pasó, y el color de la vida se llenó de esperanza, subiendo el nivel de vida. El 600 y el frigorífico hicieron su aparición, con una más rica dieta alimenticia, con mejores carreteras y un parque móvil renovado. Subieron los salarios, el obrero tenía sus vacaciones pagadas y el turismo ponía al país en el mapa del mundo, donde arribaban millones de turistas buscando sol y precios bajos.

En esto que llegó la democracia con nuevas condiciones de vida, lo que posibilitó que muchos de los emigrados, que un día tomaron sus maletas de cartón, atadas con cuerdas, volvieran a sus pueblos, a bordo de grandes coches, de segunda mano, donde abrieron bares y negocios. Aunque otros tantos permanecieran en las ciudades de acogida, porque ya habían echado raíces en ellas, junto a sus hijos que no querían regresar a la tierra de sus mayores. No obstante, muchos son los que, en estos días estivales, retornan a sus viejos hogares para estar con sus deudos y vecinos, chatear en los bares del pueblo, entre la charla y los abrazos, rememorando pasadas experiencias. Son fechas en que abundan las fiestas del patrón/patrona de la localidad, con bailes y verbenas en la plaza mayor, ruidosos cohetes y procesiones, sin faltar la flauta y el tamboril, más el pregón ritual de algún ilustre hijo del pueblo. Este se convierte en una gran familia, donde todos se contarán sus penas y alegrías, así como nuevos proyectos para ir sorteando, como puedan, el zarpazo, negro y brutal, de la actual crisis-