TAtpartir de ahora, mi padre ya tendrá algo en común con sus nietos: las historietas de cuando, en pantalón corto y muerto de miedo, tenía que recitar la lista de los reyes godos ante un siniestro tribunal de cátedros para sacarse el bachillerato. ¡Sí, vuelve la reválida! Como en el peor episodio de esas series nostálgicas de la tele. El gobierno, que está en funciones para lo que le interesa, aprobó hace unos días el decreto según el cual a los alumnos de 16 y 18 años ya no les basta con aprobar la ESO o el Bachillerato; si quieren el título, tendrán que superar, además, una batería de exámenes elaborados por el Ministerio. Serán cinco días resolviendo problemas y marcando casillas de test para obtener entre el 30% y el 40% de la nota final. Procuren que durante la semana de la revalida sus hijos no están enfermos, ni nerviosos, ni afectados por problemas personales, porque lo que hagan durante esos cinco días valdrá casi lo mismo que lo logrado en todos sus años de estudio.

Pero las revalidas no solo ningunean el trabajo de los alumnos, sino también el de los profesores. Cientos de clases, ejercicios, trabajos, exámenes y reuniones, curso tras curso, no serán suficientes para autorizar sus evaluaciones. Estas se supeditan ahora al (y se igualan, prácticamente, en cuanto al valor final, con) el examen de cinco días de los burócratas ministeriales. Otra pedrada más a la maltrecha dignidad del profesorado.

Olvídense, también, de todo lo que sea innovación pedagógica: ni educación por proyectos, ni dinámicas de grupo, ni debate crítico, ni nada que no quepa convertir en preguntas tipo trivial acerca de contenidos estandarizados y predeterminados por técnicos y subsecretarios. Ante este panorama, los profesores tendrán que olvidarse de enseñar para convertirse en "preparadores de oposiciones" para adolescentes de 12 a 18 años. Si siempre ha sido difícil retener la atención de los chicos, imaginen ahora para inculcarles de memoria los hipertrofiados temarios LOMCE, o para ensayar con ellos un test tras otro, como en las autoescuelas.

XEL GOBIERNOx se escuda en la urgencia de reglamentar las pruebas --¡aunque dilata su concreción hasta finales de noviembre!--, y afirma que las revalidas fomentan el rendimiento y la motivación de los alumnos, algo que se ha revelado falso repetidas veces, y que coloca al eslabón más débil --a los chicos, tan "perezosos e irresponsables" que hay que multiplicarles los "latigazos"-- como principal responsable de los problemas del sistema educativo.

Porque de lo que se trata, en el fondo, es de rescatar la vieja "pedagogía" de palo y tentetieso. Esa pedagogía castiza incapaz de entender que se pueda disfrutar aprendiendo, que exhibe soluciones simplonas (¡más exámenes!) para problemas complejos, y que inculca en los jóvenes, no el amor por el conocimiento, sino la obsesión por los resultados cuantitativos. Increíblemente, mientras en Europa (¡y en las mejores escuelas de pago!) se vira hacía pedagogías comprensivas, con currículos flexibles, pocos exámenes, y centradas en la motivación y el interés del alumno, aquí volvemos al espíritu de las revalidas --¡con el que ya acabó la ley franquista de 1970!-- y al modelo de escuela de Don Minervo , el maestro cazurro de los hermanos Zipi y Zape .

Urge, pues, hacer algo para evitar este dislate que, además, amenaza a la ya maltrecha escuela pública. Pues la reválida también servirá para clasificar (y dotar) a los centros en función de los resultados de sus alumnos, generando institutos de primera, segunda y tercera clase. La Generalitat de Cataluña ya ha anunciado que recurrirá el decreto. Alguna confederación de padres (CEAPA) estudia, también, tomar medidas. Es hora de que las comunidades autónomas (igualmente ninguneadas por el decreto) manifiesten su oposición, especialmente aquellas que, como la extremeña, más resistencia han demostrado frente a la LOMCE. La derogación de este decreto tendría que ser condición innegociable de cualquier negociación política.