La emigración es un fenómeno que obedece a criterios puramente naturales. El mejor ejemplo lo podemos encontrar en el comportamiento de algunas especies animales que abandonan sus lugares de origen en busca de mejores condiciones de vida, y con el paso del tiempo realizan estos movimientos con la precisión y la cadencia de un rito. Acuden a la llamada, atraídos por una fuerza extraña, en la convicción de que habitan un mundo indiferenciado y sin fronteras, sin monopolios, ni servidumbres de paso.

La emigración es algo tan antiguo como controvertido, susceptible de múltiples interpretaciones. Porque independientemente del nivel de concienciación o del grado de implicación ideológica que se tenga, suele prevalecer el criterio de la proximidad física. Así es probable que no opine igual el que tiene que compartir espacios comunes con ellos, que aquellos otros que, merced al esfuerzo de los emigrantes, disponen de una mano de obra barata y sumisa, realizando faenas poco motivadoras como las agrícolas, las domésticas y las asistenciales, o quienes se sitúan en la nebulosa de una realidad sustentada en posicionamientos teóricos, y que gustan de adornarse con los abalorios de un buenismo antropológico y conceptual, que les haga sentirse mejores que los demás.

XNO ES ESTEx el caso de Italia donde algunos medios de comunicación se han dedicado con machacona insistencia a sembrar en la opinión pública la cizaña de un mensaje erróneo y distorsionado, que identifica la emigración con la delincuencia, generalizando hechos aislados, renunciando deliberadamente a la más mínima objetividad al obviar los aspectos positivos que la emigración comporta, sometiendo al país a un proceso de amnesia colectiva respecto a la tradición migratoria por la que han tenido que pasar a lo largo de su historia.

Pero como los nuevos ricos, hemos aprendido pronto a olvidarnos de la miseria pasadas, y nos hemos rodeado de prejuicios, de recelos y de suspicacias, como si los que vienen de fuera actuaran con la pretendida intención de arrebatarnos algo intrínsecamente nuestro. En este terreno abonado han prendido con pasmosa facilidad las medidas pretendidas por Silvio Berlusconi , quien ha determinado que la carencia de papeles en lugar de ser considerada una falta, pase a constituir un delito y, sin necesidad de juicio previo, podrán ser castigados con cuatro años de prisión, lo que de ser cierto supondría tener que encarcelar al millón aproximado de irregulares que actualmente hay en Italia, también será sancionado penalmente todo aquel que les alquile una vivienda. Pero esta ley no puede tener efecto retroactivo, ni aprobarse de forma unilateral, ya que eso supondría el trasvasar a los países del entorno su propia irresponsabilidad, como tampoco puede expulsar a los rumanos ya que son ciudadanos de pleno derecho de la UE. Dada la inconsistencia de tales propuestas, parece algo urdido con un efecto meramente disuasorio.

La emigración irregular deberá formar parte de la política común europea. Los recursos no son ilimitados y Europa, con una cifra cercana a los 12 millones de ilegales, ha llegado al límite, con el agravante de la crisis en la que se encuentra sumida la economía Occidental. Las autoridades han considerado que ha llegado el momento de colgar el cartel de completo , de responder a esta saturación con medidas que vayan más allá del blindaje de las fronteras y que se hagan extensibles hasta la repatriación de los irregulares, con retenciones previas en centros de internamientos de hasta 18 meses, en los casos en los que sea preciso ampliar el plazo para descubrir su identidad y completar los trámites necesarios para la expulsión. Previamente se intentará negociar con ellos para que contraigan un compromiso de retorno voluntario, pero las contrapartidas que se les ofrecen a cambio son escasas, por lo que el retorno forzoso será para muchos un camino inevitable.

Para solventar esta situación de enquistamiento, es preciso tomar iniciativas basadas en la racionalidad y en el estricto respeto por los derechos humanos, luchando primero contra las mafias que practican el tráfico de seres humanos, reforzando las fronteras con controles más exhaustivos y finalmente promoviendo acuerdos con los países de origen para facilitar el retorno.

Mientras Europa navegaba con todas sus expectativas de crecimiento intactas, estas personas encajaban con milimétrica perfección en el puzzle del sistema productivo. Eran útiles e imprescindibles, formaban parte de un mundo soterrado que nadie se atrevía a cuestionar, pero cuando la crisis económica llama a la puerta y empieza a provocar estragos en forma de desempleo, es cuando nos damos cuenta de que hay algo que no encaja, algo que resulta una carga inútil e imposible de sobrellevar, y pretendemos soltar todo el lastre de golpe, aunque para ello sea preciso dotarnos de leyes que sirvan como coartada moral para atenuar nuestro sentimiento de culpabilidad, utilizando la emigración como moneda de cambio o como un simple objeto de usar y tirar, como quienes amparados tras las cortinas de humo de una hipocresía rampante, pretenden acabar con una plaga fumigando obsesivamente sus malas conciencias.

*Profesor.