La bautizó en su discurso el hijo de Gadafi , tan cabrón como su padre pero con traje y corbata: es la revolución de Facebook y Twitter. Eso vuelve aún más colonial y decimonónica esta desconfianza con que la insolidaria Europa mira el cambio árabe, empujado por jóvenes que usan las nuevas tecnologías para algo más que contarle al mundo que se van a pilates. Deberíamos aprender, no impartir lecciones.

Mientras la historia pasa delante de sus ojos para no volver, las preocupaciones de los líderes europeos son el precio del petróleo y cuántos inmigrantes intentarán arribar a nuestro bienestar; por este orden. Si no queremos ayudarles porque nos dan miedo, demostremos al menos la decencia de evitar decirles que es culpa suya este sentarnos a mirar.

Un dictador muere plácidamente en su cama. Las élites corruptas que se habían enriquecido durante el régimen auspician un golpe de Estado. Militares armados toman el Parlamento y vacían su bar. Patrullan tanques por las calles. El jefe de Estado aparece en la televisión clandestinamente. Somos nosotros, el 23-F de hace 30 años. Queríamos aquel mundo libre que salía por Televisión Española y una vida mejor que la de nuestros padres. Exactamente lo que quieren ellos. Europa también decía que no estábamos preparados para la democracia, solo para trabajar en sus fábricas; éramos violentos o acabaríamos en manos de los comunistas.

Si un país debe defender la extensión al mundo árabe del modelo de nuestra integración en la UE para anclar la democracia, ese es España. Aunque solo fuera porque forman parte de nosotros. Como recuerda lo que escribe el Averroes imaginado por Borges en El Aleph : "´Tú también eres, ¡oh palma! En este suelo extranjera... Singular beneficio de la poesía; palabras redactadas por un rey que anhelaba el Oriente me sirvieron a mí, desterrado en Africa, para mi nostalgia de España".