WUwn año después de la caída de Bagdad y a menos de tres meses para que EEUU traspase el poder a un Gobierno iraquí, la situación en Irak empeora por momentos por la apertura de un nuevo frente, el de la insurgencia shií, temida desde el principio. La movilización de los shiís más radicales prendió con el cierre de un periódico de un clérigo joven e influyente, Moktada al Sadr, que a duras penas se había mantenido entre el recelo y la aceptación del ocupante como mal menor.

La revuelta shií (60% de la población iraquí) está en marcha cuando la incertidumbre sobre el futuro del país es total, cuando las milicias se amplían y cuando las tropas de la coalición, incluidas las españolas (la mayoría de origen extremeño), se debaten entre la hostilidad, el aislamiento y la lucha sin cuartel. Si la insurrección involucra a los sectores shiís más moderados, EEUU afrontará una situación imposible de mantener sin iniciativas que rompan el círculo infernal de la ocupación, fracaso que planteará a medio plazo los dilemas de Vietnam. Las milicias que se reparten el país son una amenaza para la autoridad iraquí que asuma el poder. Sólo una genuina internacionalización del conflicto, que colocara a EEUU en un plano menos visible, podría mitigar la catástrofe.