El tercer discurso navideño de Felipe VI desde su ascenso al trono llegó en un año difícil, marcado por el largo proceso para formar gobierno (casi un año con varias rondas de consulta en el mismo despacho del Palacio de la Zarzuela desde donde se dirigió a los españoles la noche del sábado) y la situación política en Catalunya, donde el Govern pretende convocar un referéndum como muy tarde en septiembre del 2017. Con su habitual tono sosegado pero firme en el fondo de los temas, el monarca se mostró contundente en lo que se refiere al proceso soberanista en Catalunya, al que se refirió (siempre de forma indirecta, eso sí) en dos pasajes distintos de su discurso.

En su primera referencia a la situación política en Catalunya, Felipe VI recordó que vulnerar las leyes solamente lleva «a tensiones y enfrentamientos estériles que no resuelven nada y, luego, al empobrecimiento moral y material de la sociedad». El mensaje del monarca llega justo el día después de que la mayoría de fuerzas políticas catalanas y numerosas entidades sociales decidieran impulsar el Pacte Nacional pel Referéndum para lograr una consulta pactada. «No son admisibles ni actitudes ni comportamientos que ignoren o desprecien los derechos que tienen y que comparten todos los españoles para la organización de la vida en común», afirmó Felipe VI.

La segunda referencia a Catalunya sirvió

casi como cierre del discurso: «Ya no vivimos tiempos para encerrarnos en nosotros mismos, sino para abrirnos al mundo», afirmó Felipe VI, que añadió una frase de la que tendrían que tomar buena nota los dirigentes de aquellas formaciones políticas que gustan de jugar con la irresponsabilidad en tiempos que lo que exigen es, ante todo, responsabilidad: «Que nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas».

En el resto de su discurso, Felipe VI apenas habló del complicado proceso para formar gobierno ni de la corrupción. Sí se detuvo en elogiar el trabajo de muchos ciudadanos para construir la salida de la crisis, alertar sobre la desigualdad social y enfatizar el valor de la educación en «un mundo muy incierto, con grandes desafíos políticos, sociales o en materia de desarrollo y seguridad». En este contexto, la estabilidad de la institución monárquica es esencial para navegar en aguas tan turbulentas.