Como si del famoso ¿Dónde está Wally? se tratara, nos hemos pasado los últimos días jugando a adivinar dónde estaba Juan Carlos I de Borbón, el rey emérito que al final hizo méritos suficientes para repetir el destino de su padre y de su abuelo: el exilio, claro que un exilio dorado, muy distinto al que tuvieron los exiliados republicanos. Hace poco supimos que “el campechano”, como se le llamaba con esa mezcla de aprecio y sorna benevolente que fue su mejor garantía de popularidad, utiliza en sus viajes el seudónimo de ‘Juan Sumer’ para no ser identificado. Resulta que al monarca le gustaba mezclarse con la plebe, como hiciera el protagonista de Enrique V, la obra de William Shakespeare en la que el rey disfrazado habla con sus soldados para saber qué piensan de él.

En la carta dirigida a su hijo, explicaba su decisión de marcharse de España «para contribuir a facilitar el ejercicio de tus funciones, desde la tranquilidad y el sosiego que requiere tu alta responsabilidad». No sabemos si ya le afecta la demencia senil o es que tenían razón los falangistas que, en los años del franquismo, gritaban «no queremos un rey tonto», pero como se dice comúnmente, o es tonto o se lo hace.

Precisamente la manera de irse, como un ladrón que huye, da alas a los adversarios de la monarquía, sean los republicanos o los independentistas catalanes, que impulsan mociones contra la ‘monarquía corrupta’, como si Jordi Pujol y sus herederos hasta Puigdemont y Torra fueran unos inmaculados que no tocaron nunca un euro público. Al pobre Felipe VI le ha fastidiado las vacaciones en Mallorca pero veremos si no le fastidia el trono, pues a más del 60 % de los españoles le parece mal que quien, por su afición a viajar, fue conocido como ‘rey Michelin’ cogiera las de Villadiego, en plena pandemia mundial, cuando se supone que hemos de desplazarnos lo imprescindible.

Parece que Wally, perdón, Juan Carlos I, viajó a los Emiratos Árabes y es posible que también a Arabia Saudí, nada extraño, dada la amistad y afinidad que lo une con los sátrapas árabes, a los que llamaba «hermanos». Amistad que era un punto común con Franco, tan amigo de los árabes, no por nada fueron su fuerza de ataque más sanguinaria en la guerra civil y no por nada confiaba en ellos como su guardia personal, más fiables al parecer que los españoles. “Hermano” se declaraba el rey emérito de los jerarcas de países que pisotean los derechos humanos y que mantienen a las mujeres humilladas como seres inferiores. Dime con quién andas, y te diré quién eres. Resulta vergonzoso que no aprovechara su amistad con reyes, jeques y emires del mundo islámico para favorecer, aunque fuera mínimamente, mejores condiciones para la vida de sus súbditos, y sobre todo de sus súbditas. ¿Para qué? Ahora vemos que todo ese paternalismo con el que nos trataba a los españoles, que esa idea del “servicio” a la patria era pura fachada. “Ser vicio” más bien, adicto al buen vivir y a todo tipo de placeres, Juan Carlos I recuerda más bien al rey Robert Baratheon de Juego de tronos, aficionado a la caza, la bebida y a cualquier mujer que no fuera su esposa, la hermosa Cersei Lannister.

Creo que hasta a quienes nunca hemos sido monárquicos se nos ha caído el alma a los pies, y que no nos alegra ver al que fue nuestro Jefe de Estado durante casi cuarenta años, cuya firma aparecía en nuestros títulos universitarios e infinidad de documentos, haciendo el payaso, siendo el hazmerreír del mundo y apareciendo su fuga en los titularesde cadenas como Euronews. De cualquier puesto de poder hay que saber retirarse: en la Edad Media, Juan Carlos I habría tenido un final honroso en alguna batalla. En la edad postmoderna vemos una repetición del cuento del rey desnudo, un espectáculo deprimente. H