Historiador

Ibarra tenía razón. Carod no debe volver. Debe quedarse en Madrid tras el 14 de marzo. El mejor antídoto para el nacionalismo exacerbado, para el exclusivismo, para el individualismo, es viajar. Y en Madrid no le va a ir mal. Es una ciudad que tiene como componente esencial la absorción cosmopolita. Allí podrá practicar idiomas. Podrá intercambiar opiniones. Podrá conocer.

Tendrá la oportunidad de adivinar que son muchas más las razones que nos unen de las que nos separan. Tendrá la ocasión de convencerse y luego convencer a muchos de sus paisanos de que el siglo XXI es la época de las transnacionalidades. De la huída de las fronteras.

Podrá ver cómo el orgullo del trabajo es idéntico para vascos, catalanes, murcianos, extremeños o ecuatorianos. Y que la misma ecuación es válida para justificar el milagro de la vida o la miseria de la muerte. ¿Preferirá, entonces, volver a su micro entorno escapando de la responsabilidad de sus causas? ¿Rehusará luchar desde su posible cargo público por las conquistas para los otros ? Somos muy dados a abanderar seguidores. A minimizar las pretensiones de mejora.

Región o nación. País o estado. Sentimiento o territorio. En definitiva preocupaciones que evitan la esencia de las disyuntivas, el quid de las discusiones, el centro de los debates: los derechos tienen diferencia de género, geografía o estratigrafía social, o por el contrario, son principios y/o conceptos cuya defensa no entiende de codificaciones legales territoriales, culturales o religiosas. A la espera de que el tiempo permita colocar cada ámbito de dialéctica en su espacio sólo nos queda solicitar razón. Eso, al menos, sí tendría que ser común.