Por segundo año consecutivo, el tradicional discurso de Nochebuena del Rey ha incluido referencias no explícitas pero inequívocas al conflicto que enfrenta a Catalunya con el Estado. No puede sorprender a nadie, porque Juan Carlos , más allá de que su alocución televisada constituya un acto muy formal y protocolario, no suele eludir en esta cita anual los temas más relevantes, y no cabe duda de que el llamado proceso soberanista es, con diferencia, el asunto político más trascendente que está planteado en estos tiempos en España.

No ha variado mucho lo que al respecto el Monarca dijo hace un año y lo que ha dicho ahora. Si entonces llamó a una "política grande" para "cerrar las heridas abiertas" mediante "el respeto a las leyes y los cauces democráticos", anoche apeló a la "generosidad para saber ceder cuando es preciso, para comprender las razones del otro y para hacer del diálogo el método prioritario y más eficaz de solución de los problemas colectivos". Un llamamiento, pues, a las zonas de encuentro y las "reformas necesarias" que permitan esa "España abierta en la que cabemos todos" en la que Juan Carlos cree. Sin ser, ni mucho menos, una apuesta por una modificación de la Constitución --de hecho, la defendió con ardor--, las palabras del jefe del Estado significan una clara admonición a los políticos en general para afrontar y superar el enorme reto presente.

El interés de Juan Carlos por una nueva fórmula para vertebrar territorialmente España no es ajeno a su preocupación por el propio futuro de la Monarquía, que no pasa por su mejor momento. En el año en que ha cumplido 75 y ha pasado tres veces por el quirófano, el Rey ha visto como los problemas de Iñaki Urdangarin con la justicia no han ido a menos, lo que unido a la creciente demanda de los españoles de que la Casa Real sea mucho más diáfana explica este anuncio sin circunloquios: "Asumo las exigencias de ejemplaridad y transparencia que hoy reclama la sociedad". Es una muestra de realismo por parte del Rey, igual que la de admitir que los ciudadanos, desalentados, exigen hoy "un profundo cambio de actitud y un compromiso ético en todos los ámbitos de la vida política, económica y social". Un buen diagnóstico que debería encontrar mucho más que buenos propósitos en sus destinatarios.