Con la investidura asegurada tras la decisión del PSOE de abstenerse (está por ver con qué fórmula) en segunda votación, Mariano Rajoy se mostró ayer conciliador en su comparecencia ante la prensa tras aceptar el encargo del rey de formar gobierno. El aún presidente en funciones se mostró abierto a hablar con el PSOE sobre la ley de educación, la reforma laboral, las pensiones, la financiación autonómica y el modelo territorial, en lo que es una forma eufemística de referirse a lo que en el argot político se denomina «el desafío catalán».

En su ronda con los partidos políticos, el rey Felipe VI expresó su preocupación por la situación en Cataluña, tal y como desveló el líder de En Comú Podem, Xavier Domènech. En varios de sus encuentros con los dirigentes, Felipe VI transmitió el mensaje de que hay que «desdramatizar» una posible reforma de la Constitución, en palabras del portavoz de Compromís, Joan Baldoví, que añadió que el monarca le indicó que es necesario afrontar en esta legislatura con «sentido común y diálogo».

Tras un año sin gobierno, hay muchos deberes pendientes que necesitan ser resueltos durante esta legislatura, desde la ineludible y urgente reforma del sistema de pensiones hasta la aplicación de los recortes presupuestarios que exigirá Bruselas tras esta prolongada etapa de gobernabilidad en funciones.

Sin duda, una de las cuestiones más importantes sobre la mesa será la reforma constitucional y su alcance. Frente al inmovilismo del PP, en el Congreso el resto de partidos son partidarios de reformar uno o más artículos de la Constitución, desde la ley electoral hasta el modelo territorial para encontrar ahí una solución a la cuestión catalana. En términos de la Monarquía, es obligatoria --si bien aún no urgente-- cambiar las normas de la sucesión al trono para acabar con la discriminación por sexo.

Ante tantos frentes abiertos, el mensaje de serenidad y diálogo de Felipe VI es más que bienvenido. Dado su papel institucional, el Rey no puede impulsar ninguna reforma, pero sus palabras restan gravedad al proceso y llevan implícito el mensaje de que es posible hablar con lealtad de las cuestiones más trascendentales. Cabe confiar en que el próximo presidente haya tomado nota y abandone el inmovilismo que lo ha caracterizado hasta ahora.