En el cuento de Hans Christian Andersen nadie quiere reconocer que el rey está desnudo, porque el miedo a significarse hace que el fingimiento, que ha tomado carta de naturaleza en la corte, quede retratado. En la España del siglo XXI, los partidos políticos no quieren reconocer que el Rey, investido por la encomienda de arbitraje y moderación que le reconoce la Constitución, ha puesto sobre la mesa la degradación de la democracia española, huérfana de debate político, sin capacidad de síntesis y acuerdos ni siquiera en medio de una gran dificultad económica y social de carácter estructural. La respuesta a la iniciativa real es la constatación fiel de una realidad reconocida por los estudios demoscópicos sobre la desafección de los ciudadanos de los partidos políticos.El Gobierno agradece que "el Rey arrime el hombro", pero recuerda que le compete al Ejecutivo el impulso de las políticas concretas, entre las que estaría la búsqueda de un pacto de Estado que José Luis Rodríguez Zapatero diluye hasta la condición de "acuerdos".Por su parte, el PP, visiblemente contrariado por la iniciativa del Rey --que considera que favorece al Gobierno--, establece un listón imposible de asumir en una democracia parlamentaria. Pretende una vez más el PP que la consecución de un pacto con el Gobierno consista en que quien ha resultado elegido democráticamente renuncie a su propio programa electoral y a sus propuestas en beneficio de quien ha perdido las elecciones.La diatriba de María Dolores de Cospedal exige que Zapatero adopte la política económica del PP como condición para cualquier colaboración. Y, a continuación, sentencia Cospedal que, si no, que "dejen paso a otros", como fórmula eufemística de un abandono de las funciones de gobierno que ni siquiera tiene encaje constitucional al margen de una disolución de las Cortes o de una moción de censura.No hay fracaso en la gestión del Rey, porque todo el mundo ha podido comprobar que está vestido de sus atributos constitucionales, con excepción de los líderes políticos que, una vez más, han situado sus intereses electorales por encima de los generales del país.