XSxendos artículos aparecidos en El País en la misma fecha (18-3-04) y firmados por Fernando Vallespín y Maruja Torres inciden, respectivamente, cada uno a su manera, en el tema de la purificación, catarsis o purga; o, lo que es lo mismo, la liberación de una cierta carga de indignación que se venía acumulando desde hace algún tiempo en la conciencia de los españoles, una sorda indignación contra sus dirigentes, por hacer oídos sordos a los deseos de la ciudadanía, expresados reiteradamente y de manera casi unánime en los últimos tiempos.

Los dirigentes se venían mostrando reacios a plegarse a las peticiones del pueblo que los había votado, desoyendo las voces multitudinarias que exigían la no intervención en acciones bélicas de dudosa legitimidad.

Los sangrientos sucesos del 11-M han volcado sobre las urnas, tres días después, esa indignación popular acumulada durante los últimos tiempos contra los responsables del gobierno, alterando, contra todo pronóstico, los resultados previstos pocos días antes en las encuestas.

Desde luego, el detonante que ha propiciado el descalabro electoral del partido en el gobierno ha sido la misma onda expansiva de las explosiones que dinamitaron varios trenes de cercanías el día de los atentados de Madrid. Estos no han hecho otra cosa que precipitar esa catarsis que desde tiempo atrás venía amenazando descargar y que se ha venido conteniendo, reprimiendo, con recortes a la libertad de expresión y otras medidas más bien propias de los estados totalitarios y seudo-democráticos. Algo de estos tejemanejes era lo que hace poco se denunciaba en Madrid por un grupo de intelectuales.

Otra cuestión pendiente en esta sociedad española del siglo XXI, que aspira a vivir en paz, después de saldar ciertas deudas históricas ("estamos en paz", decimos cuando pagamos o nos pagan) se refiere a cuentas pendientes desde la guerra civil. No se ha hecho la debida catarsis en este sentido y todavía latet sub pectore vulnus (perdón por el latín: quiere decir, más o menos, que la herida va por dentro). Y es aconsejable la catarsis en este aspecto si nos interesamos por la salud democrática de la ciudadanía. No basta con la condena explícita de la dictadura (aunque algo es algo), sacada con fórceps al partido del gobierno. ¿Qué otra cosa puede hacer un gobierno democrático que se precie de serlo sino reprochar explícitamente la dictadura? El PP la condenó, por fin, en el Congreso de los Diputados en memorable sesión del 20-N-02, pero no lo hizo de forma espontánea (hubiera sido pedir demasiado) sino a instancias de la oposición, que puso a prueba ese día el talante democrático del partido directamente heredero de aquel régimen. Y, aun así, los diputados de la derecha condicionaron su condena del franquismo a que no se volviera a insistir sobre el tema en lo sucesivo.

Pero el hecho de que no vuelvan a repetirse esas "juras de Santa Gadea" en el Congreso de los Diputados no significa que los damnificados de aquel régimen, obligados a callar durante más de cuarenta años, tengan que seguir diciéndolo; especialmente, después de haber soportado durante tanto tiempo la propaganda franquista. Tienen derecho a su propia catarsis. Y en esa catarsis se incluye la denuncia contra la ilegalidad de aquel régimen y, muy señaladamente, su pretendida legitimación como una defensa de la religión católica. En fin, todo aquello con que la parafernalia del régimen trató de cohonestar su tropelía, como lo de llamar cruzada al golpe de estado que inundó a España de sangre.

Mientras esa catarsis no se lleve a cabo, las heridas de la guerra civil habrán cerrado en falso.

*Profesor jubilado