Después de entrar en el nuevo siglo con un optimismo fuera de lugar y fuera de toda razonabilidad, ahora hemos caído en una fuerte depresión colectiva ante una situación de crisis globalizada. Lo peor de todo es que en nuestros países ricos se sigue hablando solo, o de forma relevante, de crisis económica, lo cual quiere decir que cara al futuro hay pocas expectativas de que las grandes compañías y la banca puedan obtener las ganancias que hasta ahora venían obteniendo. Mientras, la otra parte del mundo de la que no se habla, la más poblada, la que desde hace décadas muere de hambre, sigue su calvario hacia la nada. Antes sobrevivían con dos platos de arroz, trigo o cebada; ahora solo con uno, y mañana con una taza. El objetivo inmediato es sobrevivir. Su angustia no es la de no poder pagar la hipoteca, sino no morir mañana. Paradójicamente, hace pocos días se reunieron representantes de los países más ricos (los G-8) para tratar, entre otras cosas, del problema del hambre, y lo han hecho dándose un banquete de 19 platos (todo un símbolo). Tras décadas de profesar el dogma de la libertad de mercado, tras poner toda clase de pegas a que los países pobres pudieran vender libremente sus productos, tras estar estudiando las normas de cómo parar las inmigraciones desordenadas, tras haber explotado durante siglos las riquezas de estos países e implantado sus valores democráticos con guerras que han causado miles de muertes, ahora dicen no encontrar solución. Siempre queda el recurso de enviar dinero, porque hace mucho que no tenemos nada más. Claro que, como ahora estamos en crisis...

Anton Ramon Sastre **

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