La muerte de Rita Barberá ha puesto en ridículo al Partido Popular y, lo que son las cosas, a Unidos Podemos. En el caso del Partido Popular, por defenderse como si la hubiera matado. Y en el de Unidos Podemos, por negarse a un gesto que era solo eso, un gesto. Ridículo ha sido hablar de «cacería» (Jesús Posada) y de “hienas” (Rafael Hernando), cuando el propio Mariano Rajoy había despachado a Barberá según su estilo, «esa-señora-de-la-que-me-habla-ya-no-es-del-partido», y Javier Maroto había ido aún más lejos: «Rita Barberá no tiene dignidad». Y ridículo ha sido alegar que «la corrupción no merece homenajes» (Alberto Garzón) o que «no se hizo lo mismo con Labordeta» (Pablo Iglesias) para negarse a guardar un minuto de silencio..., y que luego se sepa que no ha sido ni por la corrupción ni por Labordeta.

Queriendo defender a Barberá (¿de qué, sino de su propio partido?), el Partido Popular se ha defendido a sí mismo justificando la decisión de expulsarla «para evitar el linchamiento»... mediático, por supuesto. Lo de culpar a los medios es un clásico, sea para esto o para enterarse de que «aquí se juega, ¡qué escándalo!», que es lo que les ocurre a los partidos cuando se les descubre un caso de corrupción: Se enteran por los periódicos. Por su parte, Unidos Podemos ha querido hacer política con la muerta y ha justificado la decisión de ausentarse durante el minuto de silencio argumentando que tendría más sentido hacerlo «por las víctimas de la pobreza energética». Si el Partido Popular ha sido patético queriendo apartar de sí el cáliz de Barberá, Unidos Podemos ha logrado atraer todos los focos gracias a una demagogia bochornosa.

Se comprende que el Partido Popular quisiera enterrar cuanto antes ese cadáver, como se comprende que Unidos Podemos se subiera a él para llamar la atención. Pero así como el Partido Popular debería haber evitado el espectáculo de los elogios, Unidos Podemos debería haber actuado de otro modo: el verdadero espectáculo habría sido que sus diputados permanecieran sentados en el escaño y, dado que no era por la muerte sino por la corrupción, haber abucheado.