XSxuena el despertador. Me desperezo mientras vuelvo poco a poco a la realidad rutinaria. La pesadilla que acabo de tener no es nada comparado con lo que me espera. Al menos, los golpes no dolían cuando dormía. Espero que hoy la cosa cambie. Salgo de casa después de realizar casi robóticamente los mismos movimientos que repito cada mañana desde hace ya no sé cuántos años. Llego al centro y me pongo el uniforme. Me siento a gusto con él. Es lo que siempre he querido ser y lo que día a día construyo con vocación y sentimiento. Lástima que la violencia lo estropee todo.

Llevamos toda la mañana trabajando. A destajo, como siempre. Una persona se acerca para pedirme explicaciones. Me increpa. Trato de ser lo más complaciente posible y le informo de todo aquello que está en mi mano. Pero no le parece suficiente. Son comprensibles sus nervios, porque su situación personal y la del familiar al que acabo de atender es complicada. Se va alterando poco a poco. Me sigue insultando y amenaza con agredirme. Estoy harto de servir de espárring de aquéllos que no saben contener sus violentos arranques. Si al menos este uniforme que utilizamos viniera con un manual de instrucciones para aprender defensa personal... Pero eso se lo dejamos a los otros uniformes, a los de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, que para eso están. No es para enfermeros. Porque somos eso, enfermeros, personas que trabajamos aplicando nuestros conocimientos sobre salud para hacer más fácil y llevadero el sufrimiento de los enfermos, dispensando cuidados a los que lo necesitan y trabajando por el bienestar de nuestros pacientes. Pero como la cosa siga así, no sé dónde vamos a llegar. Ayer mismo le pusieron un ojo morado a una compañera de otra planta...".

Este podría ser el relato de un día cualquiera en la vida de un profesional de Enfermería. No hace falta buscar mucho. Prácticamente se repiten en todos los puntos de España, en cualquier centro de salud u hospital. Episodios de violencia doméstica, de género y violencia en el trabajo se solapan día a día en los periódicos y en los medios de comunicación. Y son los profesionales de Enfermería los que se llevan la palma en el último caso.

La masificación del sistema sanitario, las largas esperas que deben soportar los pacientes y sus acompañantes y, sobre todo, la falta de personal para atenderlos, son las causas principales de estas agresiones, que van en muchos casos más allá de lo puramente verbal para convertirse en físicas, poniendo en peligro constante la integridad de los profesionales de Enfermería. Las urgencias, los equipos de atención continuada y los centros de atención primaria son los lugares en los que se hace más patente este tipo de agresión, según confirma la Agencia para la Seguridad en el Trabajo, tal como viene repitiendo Satse. Es el riesgo de ir a trabajar.

Con el objetivo de que se eliminen o, en todo caso, se minimicen los casos de violencia en el trabajo, el Sindicato de Enfermería (Satse) quiere llamar la atención a las administraciones para que sean conscientes del sufrimiento diario de aquéllos que van a trabajar con miedo porque no saben lo que se van a encontrar y porque no hay nadie que vele por su seguridad. Pedimos que se ofrezca mayor seguridad en los centros de trabajo, así como un plan urgente para frenar esta escalada de agresiones. Y para ello es imprescindible que se resuelva el déficit de plantillas y el desfase entre la demanda asistencial y el número de profesionales por usuario. Los profesionales de Enfermería no pueden seguir pagando con su salud y con su integridad física esta deficiencia, de las cuales sólo son responsables todas las administraciones, tanto la central como las autonómicas.

*Secretario Autonómico de Satse