La lucha contra el covid-19 se libra en numerosos campos de batalla, el más absurdo, el más indignante es el del negacionismo. Para desesperación de médicos y científicos, charlatanes sin escrúpulos se aprovechan del temor para colar mensajes falsos y remedios contraproducentes que son un riesgo para la sociedad. El negacionismo está lejos de ser una cuestión doméstica y puntual. QAnom, la teoría de la conspiración viral pro-Trump, es el ejemplo de que nos encontramos ante un peligroso fenómeno global. Según sus postulantes, el mundo está gobernado por pedófilos y adoradores de Satán que conspiran contra el presidente de Estados Unidos. Las redes sociales se han convertido en sus particulares vertederos y, en ellos, la información falsa sobre el coronavirus es una constante. Manifestaciones en Madrid y Barcelona contra las mascarillas, encuentros para «darse besos y abrazos» o conferencias por toda España cuestionando las pruebas PCR han despertado la alarma de colegios y asociaciones médicas, que instan al Gobierno a prohibirlas. Aunque sus organizadores apelan a la libertad de expresión, es desinformación y hay mecanismos legales para frenarlas. Está en juego la salud pública.