El funeral en memoria de los 62 militares españoles muertos en accidente de aviación mientras volvían de su misión humanitaria en Afganistán fue tenso. Además del dolor lógico de los familiares, las autoridades del Estado tuvieron que encajar la indignación de algunos de ellos por la forma como murieron los soldados, y la poca predisposición del Gobierno a admitir otra causa que el consabido error humano.

Desde el Ministerio de Defensa se ha argumentado que cualquier misión militar supone unos riesgos que deben asumirse. Es cierto, si se está hablando de la posibilidad de sufrir un accidente o una agresión en zonas tan conflictivas como lo es hoy Afganistán o como lo fue en su momento Bosnia. Pero los profesionales del Ejército español no tienen por qué asumir, ni en sus condiciones de vida ni en viajes rutinarios de vuelta a casa, más riesgos que cualquier otro ciudadano.

A medida que se conocen detalles sobre el estado de los aparatos ucranianos que varios Ejércitos de la OTAN alquilan por su bajo coste pero que otros rechazan por inseguros, la prudencia aconseja no descartar, como hace Trillo, que su pobre mantenimiento causara el siniestro. Hay que aclarar las cosas. Debe aflorar la verdad.