Ahora que está nevando tanto recuerdo la película Frozen river . Una señora de mediana edad envejecida prematuramente llora desconsolada mientras da profundas y entrecortadas caladas a un cigarrillo. Desde la primera escena te apresa hasta el final.

Admiro la fortaleza y reciedumbre que las dos mujeres protagonistas (la blanca, Ray, y la india, Leyla) atesoran en su interior, que seguramente ni ellas mismas imaginaban y que les hace sobrevivir y luchar en medio de circunstancias adversas. Las mujeres y las mamás, sospecho, se meten rápidamente en la piel de estas dos señoras.

Y una se pregunta de dónde carajo sacan esa fortaleza y ese valor (coraje aderezado con miedo), y se maravilla del nacimiento de esa solidaridad femenina, de ese lazo de complicidad, de alianza con quien en un primer momento es nuestro enemigo. O mejor, nuestro teórico enemigo.

Nos imaginamos a Ray enchironada y víctima de unos servicios sociales despiadados que le hubieran quitado la custodia de sus hijos por mala madre , ¿perdón? Por luchar siempre por sacarlos adelante y por tener que trabajar el doble (ya sea en lo legal o en lo ilegal) tras la fuga con toda la pasta de un marido adicto al juego. Y sí, desaparece todo el día y se busca la vida para que puedan seguir yendo al colegio, coman todos los días algo más que palomitas y logren disponer de una vivienda digna cuyas tuberías funcionen y no se queden sin agua cada dos por tres o en la que la luz no se corte cuando más se necesita. Y sí, uno de los trabajos la convierte en delincuente. Y sí, se dedica temporalmente a transportar a sin papeles (asiáticos en su mayoría) en la frontera entre Estados Unidos y Canadá en el maletero de su coche (contrabando, vamos). Lo hace porque mientras ella esté viva sus hijos no abandonarán la escuela, ni les faltará cobijo ni pasarán hambre, y su compañera de aventuras , Leyla, se juega el pellejo para recuperar su bebé. Y, sí, es un filme éticamente complejo.

Una termina la película preguntándose qué clase de sistema rige el mundo, que machaca a las mujeres golpeadas por la vida, oprimidas y pobres. Y que obliga a quienes recorren países en busca de una vida mejor a cruzar fronteras (las mismas por las que las mercancías de las grandes empresas circulan libremente) escondidos en el cargador trasero de un coche y a merced de las mafias. Caminando sobre un río helado cuyas grietas te acechan y te engullen.

Es una dura historia que engancha, magníficamente contada y envuelta en una atmósfera brutal. Con sensibilidad, sin sentimentalismos baratos. Y sin moralejas ni corrección política. Ni falta que hace.