Todavía están recogiendo los ujieres del Congreso de los Diputados los trozos de los jarrones que a Pablo Casado le dio por romper el otro día, en un arrebato de tremendismo cuya patente inalcanzable, debería saberlo, tiene en esta legislatura Gabriel Rufián, que de parcialmente agradables discursos contra los vicios estructurales de un sistema, ha pasado a ser la caricatura, y machista, de lo que debería ser un ilustrado republicano catalán de izquierdas.

El joven líder de la derecha, en esa renuncia al centro compartida, en este caso inexplicablemente, con Albert Rivera, metió al presidente del Gobierno Pedro Sánchez en el saco de los partícipes en un intento de golpe de Estado que, si existió, habría que superar para reconstruir en solidez, con las hormigas obreras de la democracia y la concordia, los puentes por los que ya cruzan los dirigentes políticos de la Generalitat que han vuelto a las conferencias sectoriales en las que el Gobierno concierta con las comunidades autónomas; felizmente recuperados.

A Casado, que presume según su manual de pertenecer a una derecha en posesión de la varita mágica económica, una derecha que si también incrementa el déficit público escandalosamente como hizo Rajoy es porque «Europa nos obligó a devolver la deuda más rápido» -salidas tiene- le dio no por romper cristales sino pasearse por las alfombras regias del Congreso y tirar jarrones al suelo para hacer ruido.

El exjefe de gabinete de José María Aznar, aupado a líder del PP tras perder la votación entre los militantes con Soraya Sáenz de Santamaría, sigue amarrado a y dejándose ver con la figura de uno de los protagonistas del trío de las Azores, una imagen que en mi opinión no le va a ayudar precisamente, como tampoco le impulsaría a un joven líder del PSOE abrazarse a Felipe González.

MÁS QUE NADA porque González y Aznar son de otro tiempo. España ha cambiado, y mucho. Un par de generaciones electorales nuevas nutren las urnas, la de los que ya tienen trabajo, hipoteca, hijos, y afinan mucho porque en la vida llega un momento en que tienes cosas que perder, y la de los jóvenes que afortunadamente tiran de la pirámide demográfica electoral en pro de la ruptura política.

El CIS ha recogido que los españoles culpan de la crispación política, que en gran mayoría la ven excesiva, principalmente a los partidos independentistas y en segundo lugar al PP. Es curioso que Ciudadanos sea mucho menos señalado en ese sentido, lo que indicaría que los populares o bien estarían contribuyendo realmente a esa crispación de la que España está cansada, o sus acciones hacen que se perciba así. Como la de llamar golpista al presidente del Gobierno, en un exceso que también lleva en el debe y como mancha el propio Pedro Sánchez cuando en aquel debate televisado llamó miserable al entonces presidente Mariano Rajoy.

Las urnas dirán si el histrionismo da réditos, si la radicalización ante un Sánchez que usa un tono correcto en medio de tanto vocerío lleva a medio plazo a “desokupar” la Moncloa.

Lástima que con tanto ruido de jarrones rotos, monsergas de independentistas mantenedores de su ‘negocio’, prietas las filas en el auditorio madrileño de Vistalegre, e imprudencias irresponsables en la tensión con parte de Cataluña, sigan pasando más desapercibidas propuestas medidas de gran calado; de las que analistas centrados piden, economistas y técnicos de Hacienda señalan, y Europa acaricia pero no aplica.

De las incluidas en el acuerdo presupuestario y político PSOE-Podemos, por ejemplo, el abordar la baja tributación de las grandes, tan grandes como multinacionales, empresas. Frente a un 30% teórico en el impuesto de sociedades, la media que pagan las empresas merced a ingeniería fiscal es el 10%, una ingeniería al alcance de pocos que hace recaer en las pymes una mayor tributación; se trata ahora según el acuerdo que las grandes practiquen una tributación mínima del 18%, y aliviar la carga de las pequeñas.

O aplicar un impuesto a las grandes tecnológicas y de internet multinacionales, entre otras figuras por el comercio con nuestros datos. No vamos a poner aquí el nombre de una red social muy conocida. Y hay muchas más. Medidas que a mí me gustan, y mucho.