La imagen recuperada de la cámara digital de uno de los dos presuntos autores del incendio de Horta de Sant Joan, que costó la vida a cinco bomberos, pone rostro a la tragedia y, al mismo tiempo, delimita las condiciones en que prendieron las llamas. Porque dice mucho de quienes se supone que desencadenaron el desastre y que, fuera cual fuera su situación personal en el momento de los hechos, tuvieron tiempo para fotografiarse con el fruto de su comportamiento al fondo --el bosque ardiendo--, pero no para ser los primeros en dar la alarma con el teléfono móvil que más tarde utilizaron. Dice asimismo mucho de sus inquietudes morales, una vez cometida la fechoría, que no tuvieran la menor intención de entregarse a las autoridades después de saber que cinco personas habían perdido la vida en un barranco, atrapadas por el fuego. Seguramente, se sintieron a cubierto con el primer informe, que atribuyó el desastre a una fatalidad, y se consideraron liberados de asumir mayores responsabilidades por el mal causado. Todo lo cual lleva inevitablemente a poner en duda la efectividad de las pruebas psicotécnicas que en su día superaron ambos bomberos auxiliares, destinadas a calibrar la idoneidad de los aspirantes a desempeñar una función llena de riesgos.