WCw omo tantas otras cosas de la vida cotidiana, los españoles descubrieron las rotondas en las postrimerías del franquismo y los primeros años de la transición. Hace poco más de 30 años empezaron a implantarse en nuestras carreteras y grandes vías urbanas estos distribuidores del tráfico destinados a hacer más fluida y segura la circulación de vehículos en intersecciones. A estas alturas, nadie puede negar que ese binomio celeridad/tranquilidad se logra mucho más eficazmente con una rotonda que con un stop, un ceda el paso o incluso un semáforo. Imaginar cómo serían hoy sin glorietas muchas de nuestras carreteras es imaginar una explosiva mezcla de atascos y accidentes. Sin embargo, la proliferación de rotondas --a veces, colocadas solo para reducir la velocidad de los vehículos en largos tramos rectos-- y, sobre todo, la relajación de la disciplina vial por parte de no pocos conductores pueden haber desnaturalizado en parte su función e introducido la sensación de que son inseguras. Los expertos alertan, además, de que hay autoescuelas que explican mal a sus alumnos cómo actuar en ellas. De todo ello se puede concluir que la Administración debería iniciar una campaña para instruir a los conductores sobre la forma correcta de conducir en las rotondas y, a continuación, aplicar una adecuada política de sanciones a los infractores. Porque las cifras no mienten: las rotondas salvan vidas al volante.