TEtstábamos mi vecino y yo girando rotondas como mandan las ordenanzas cuando se nos echó la niebla y nos perdimos. A mí las rotondas me recuerdan a los dados en su cubilete, agitados, removidos, revueltos y disparados al azar a cualquier dirección. Está bien que en un cruce se cambien semáforos por rotondas porque los porrazos son más leves, pero una cosa es una rotonda y otra, Zafra. No sé si existe alguna ciudad en el mundo con más rotondas que Zafra. Salimos de la rotonda mi vecino y yo, y entre la niebla se nos apareció Ibarretxe que venía a pasar el puente de Reyes a España, vía Extremadura, para convencernos de su plan. A mí no me convenció y a mi vecino, menos. "Convence usted menos que la Plataforma de Salvar al Badajoz" le dijo mi vecino en un arranque de sinceridad. "En Extremadura sabemos mucho de planes. Ahí tiene usted el Plan Badajoz". La niebla empezó a disiparse y el paisaje se llenó de camiones de cerveza de Cachola. "Es la Plataforma Logística preparándose para el botellón del viernes" me dijo mi vecino encendiendo el intermitente para salir del centro de la rotonda. "La misma maniobra que hizo Aznar para dejarle el carril a Zapatero. Así se converge sin choques y se diverge con talante". Luego se me puso poeta el vecino. "Nuestras vidas son rotondas que van a ninguna parte entre la niebla". "¿Y ese perro?", le pregunté justo cuando pasaba sus ruedas por encima de un mastín elefántico. "Son daños colaterales, flecos que andan por ahí como el Plan Ibarretxe o el AVE. ¡Qué le vamos a hacer! Al salir de la rotonda sobre la Torre de Espantaperros sobrevolaban los flecos de la niebla. Para pintarlo con el genio de Pedraja y luego expirar.

*Dramaturgo y director del

Consorcio López de Ayala