El arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela , lleva cinco años en la presidencia de la Conferencia Episcopal Española, que sumados a los seis en que ya lo estuvo entre 1999 y el 2005 dan un total de 11. Un periodo significativamente largo, lo que explica que en los últimos años la sociedad española haya tenido a menudo la sensación de una patrimonialización personal del cargo por parte del cardenal. Y lo que explica también --que no justifica-- la abierta resistencia de Rouco a dar cumplimiento en su diócesis a la instrucción del Papa de que se consulte a los feligreses sobre cuestiones polémicas relacionadas con la familia y el sexo, como las parejas homosexuales, el divorcio o la planificación familiar.

En los pocos meses que lleva en el Vaticano, el papa Francisco ha dado ya abundantes muestras de que se propone una reforma bastante profunda de las anquilosadas estructuras de la Iglesia católica. Y a sus contundentes mensaje sobre la necesidad de que el cristianismo vuelva a los orígenes y sea fiel al mensaje evangélico ha añadido consignas muy concretas a los obispos, como que dejen de considerar prioritarias cuestiones como el aborto.

Justo lo contrario de lo que han defendido encarnizadamente durante años la mayoría de prelados españoles, con Rouco Varela a la cabeza. Es comprensible, por tanto, que el jefe de la Iglesia española y una parte de sus congéneres estén confundidos y aturdidos. Pero boicotear el sondeo encargado por el Papa casa muy mal con la praxis en obediencia de una organización tan altamente jerarquizada. Y sobre todo, revela una deplorable resistencia a pulsar la opinión de los gobernados --la grey católica en este caso--, lo que no es más que un signo de autoritarismo y debilidad.

Rouco, de 77 años, está en el tramo final de su trayectoria. En las próximas semanas o meses dejará el arzobispado de Madrid, y en marzo se sabrá quién le releva al frente de la Conferencia Episcopal. El reciente cambio en la secretaría general del organismo, con el acceso de un hombre bien visto por Roma, el extremeño José María Gil Tamayo , permite aventurar que a Rouco le sucederá alguien de mente más abierta. Alguien que debería conducir a la Iglesia española a una imprescindible puesta al día que le otorgue más credibilidad y respeto a los ojos de los ciudadanos, creyentes o no.