Fue en el siglo XV cuando mi bien amado Jorge Manrique escribió que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y sin embargo, esta su rendida admiradora no cree que aquella época en la que la taimada Celestina, antes de caer asesinada, se considerara una vieja de sesenta años, sea mejor que esta. Hoy los gimnasios petan de jovenzuelas sesentonas más en forma que muchas adolescentes, y, pese a que por fin la medicina ha reconocido que es imposible la inmortalidad, durante los años que nos toca vivir, al menos en este primer mundo, los cuidados físicos, la cosmética y la alimentación prolongan, si no la juventud, al menos la apariencia y el bienestar bastante más allá de la sexta década.

Mas en mucho se parecen estos años a aquellos. Época de crisis, época de cambiar los códices miniados por los incunables y la caligrafía por la imprenta, como ahora el libro físico por el digital. Época también en que, como desde que el mundo es mundo, los rufianes andan sueltos. Entre mamuts, carros griegos, elefantes o tanques blindados. En la Corte de los Milagros y en el Congreso español. Algunos, en la misma Celestina, protagonistas como Centurio de un tratado solo para él, donde apareciera junto a la bazofia, la escoria y la canalla más vil, incapaz sin embargo de perpetrar la venganza ideada por Elicia y Areúsa, perversas ellas como su mentora, pero al menos fieles a su memoria. Centurio habla mucho y alardea y engaña y escapa. Y al final su quehacer carece de trascendencia alguna en el trágico final. Rufianes hay hoy más fanfarrones y charlatanes, que gallean en cuanto tienen público y, protegidos por una impunidad regalada, insultan a quienes en nada les han ofendido.

Esta impertinente no daría cancha a esos rufianes, se llamen así o se cuelen de matute. Su único triunfo es provocar y su derrota ser ignorados por aquellos inocentes a los que pretenden ofender. Porque, como aquel Centurio, rufián cobarde, ridículo e intrascendente de la Celestina, su insignificante existencia y miserables sobreactuaciones en nada influirán en el desenlace.