WEwl pasado domingo este periódico publicaba una amplia información, basada en un estudio llevado a cabo por profesores de la Escuela Politécnica de la Universidad extremeña y dirigido por Juan Manuel Barrigón , dando cuenta de que más del 20% de los hogares de la región se encuentran en situación de que sus moradores sufran ruido excesivo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), un ruido que supera los 65 decibelios debe ser considerado más alto de lo conveniente, tenido como contaminante y, por tanto, nocivo para la salud, puesto que la exposición prolongada puede provocar trastornos somáticos y psicológicos.

Extremadura no sufre una contaminación acústica mayor a la del conjunto de España, pero en las principales ciudades, con la excepción de Plasencia y Don Benito, el porcentaje de viviendas que están expuestas a ruidos intolerables supera el 30% y hay calles céntricas de estas poblaciones en que la media de decibelios es mayor de 72. No es, como se puede apreciar, un asunto pequeño. Así lo consideran los propios extremeños, que cuando se les pregunta sobre los problemas que sufren sus viviendas, anteponen los derivados del ruido a los de los malos olores, provocados por la industria o el tráfico, y a la propia contaminación clásica.

El estudio universitario revela algunas paradojas que conviene citar: los extremeños, como se ha dicho, creen que el ruido es un tipo de contaminación más agresivo que la polución atmosférica y, sin embargo, apenas protestan por ello, salvo cuando se enfrentan a situaciones puntuales como la existencia de discotecas o botellón en las inmediaciones de su vivienda.

Existe, por tanto, una asignatura social pendiente: la oposición a ser sujetos pasivos de los ruidos contaminantes, en una suerte de actitud similar a la que, poco a poco, ha tenido el fumar en lugares cerrados y con gente próxima, y que ha desembocado en la ley antitabaco. En el citado estudio también se recoge que el protagonista principal de la contaminación acústica que sufren los extremeños son las motos. No las obras, ni las industrias, ni las fiestas; ni siquiera el tráfico en su conjunto: las motos y, más concretamente, aquellas que tienen escape libre. Es una suerte que se tenga tan localizado ´el agente patógeno´ del ruido excesivo porque, al menos teóricamente, no debería resultar difícil neutralizarlo. Sin embargo, la escasa inclinación de los extremeños por protestar se compadece bien con la también escasa atención que los ayuntamientos de las ciudades donde el problema es mayor dedican a perseguir una conducta que está incluida en las ordenanzas y que, por ello, sólo está a falta de voluntad para ser perseguida. Porque no son los tribunales de justicia los que deben corregir los excesos de ruido --aunque sí se encargan de juzgar los casos más graves y, de hecho, en Extremadura lo hacen, y hay condenas por ello--, sino la sanción municipal, más próxima, inmediata y, por eso mismo, efectiva.