A medida que pasan los días y aumenta el número de muertos, la perspectiva de una guerra civil en Egipto crece peligrosamente de forma parecida a la que se desencadenó en Argelia en los 90 y que segó más de 150.000 vidas. Este recuerdo debería ser motivo más que suficiente para evitar una repetición de aquella tragedia. Sin embargo, los hechos apuntan en la dirección contraria.

Acabar con los Hermanos Musulmanes por la fuerza como parece ser la intención del Ejército egipcio solo puede acarrear mayor violencia. Con sus máximos dirigentes encarcelados o escondidos, es muy fácil la aparición de grupos incontrolados que hagan oídos sordos a los llamamientos a la protesta pacífica y se apresten a responder a la violencia militar con más violencia.

Las presiones desde el exterior tampoco tienen fuerza suficiente para cambiar el signo de la deriva violenta. La Unión Europea solo puede usar las palabras más duras de su brevísimo diccionario diplomático, pero difícilmente incitará a la cordura. El único país capaz de hacerlo es Estados Unidos y aún así su poder de persuasión es muy limitado. En primer lugar, por la pérdida de credibilidad demostrada desde el inicio de la revuelta popular, aumentada tras la negativa a reconocer el golpe de Estado del Ejército como tal. Suspender los ejercicios militares conjuntos a realizar este año es una medida de resultados dudosos si no va acompañada de la suspensión de la ayuda militar. Sin embargo, incluso esta medida, que parecería ser el mayor instrumento de presión para obligar al Ejército a reconsiderar su actuación, es menos efectiva de lo que parece. Egipto ya ha gastado y superado en nuevo armamento la ayuda concedida para este año. Y además, EEUU tiene encima la presión de Israel para que no corte la ayuda y menos aún cuando la situación en Siria sigue siendo explosiva.

Otro elemento que aumenta la perspectiva de un largo conflicto es la situación económica. La gran fuente de ingresos que es el turismo ha caído en picado. Grandes empresas internacionales han empezado a cerrar sus fábricas en el país, en especial las del sector de la automoción (es el tercer fabricante de automóviles en Africa) y los inversores consideran Egipto uno de los países de mayor riesgo. La suma de violencia extrema en la calle, desastre económico y escasa capacidad de presión exterior auguran lo peor.