La decisión de Mariano Rajoy de dejar a Alberto Ruiz-Gallardón fuera de la lista del Partido Popular al Congreso de los Diputados en las elecciones del próximo 9 de marzo es algo más que un error coyuntural con la vista puesta en la cita con las urnas.

El sorprendente portazo dado el pasado martes al alcalde de la capital de España (y anterior presidente de la Comunidad de Madrid) revela la incapacidad de la actual derecha española de abandonar una política montaraz para emprender de verdad un giro hacia la moderación, en la línea del legado de UCD y de algún fugaz periodo de los gobiernos del expresidente José María Aznar.

Alberto Ruiz-Gallardón, más allá de su incuestionablevalía política, se había convertido en el símbolo del centrismo español, en un dirigente templado en estos difíciles tiempos de fuerte crispación. Por eso es el político que en muchas encuestas recibe la mejor nota. No le ha servido de nada y por eso ayer se consideraba un "derrotado" que está a punto de retirarse de la vida pública, a la que ha dedicado su vida desde muy joven.

El veto a la presencia del alcalde de Madrid en el Congreso debe interpretarse en clave sucesoria. Es decir, si hay que buscar un sustituto de Mariano Rajoy, en el caso de que este tenga un resultado el 9-M que le condene a cuatro años más de dura oposición, Alberto Ruiz-Gallardón carecerá de una de las condiciones que ahora se consideran indispensables: ser diputado nacional.

También le pasa a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, que en esta crisis ha ejercido el triste papel del perro del hortelano, que ni come ni deja comer. ¿Qué pasa, entonces, si fracasa Rajoy en los comicios del próximo mes de marzo? Pues todo indica que las riendas las tomará un aparato fuertemente controlado por José María Aznar y su entorno más próximo, agrupado en la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES).

La sensación que hoy tiene buena parte de la sociedad española es que Rajoy no ha sabido alzarse como líder para gestionar con inteligencia la pugna entre Aguirre y Ruiz-Gallardón y para preservar, más allá de las 24 horas de rigor, el impacto positivo que pudo tener la incorporación de Manuel Pizarro al proyecto de los populares como un eventual futuro ministro de Economía.

El presidente del Partido Popular enfatizó ayer que él solo debe explicaciones a los españoles, pero en las frenéticas 24 horas que pasaron desde la filtración del fichaje de Pizarro a la bofetada a Gallardón hemos asistido a un creciente desconcierto en las filas de los populares. Solo Manuel

Fraga, con la autoridad e independencia que le da su condición de fundador del partido, se ha atrevido a decir con claridad lo que muchos piensan en España: "Esta decisión hará perder votos".