Periodista

La expropiación de Rumasa el 23 de febrero de 1983 --ayer hizo 20 años-- ha pasado a la historia como un toque de atención del Gobierno de Felipe González recién estrenado para que no quedaran dudas sobre quién mandaba en España. Por una vez, los perdedores --en aquella ocasión la derecha-- escribieron la historia.

En realidad nada venía peor a un Gobierno cuya primera preocupación era la de no asustar a los empresarios y cuyo líder se había desgañitado jurando que el PSOE no nacionalizaría nada. La misma selección de personajes tan moderados como Miguel Boyer y Carlos Solchaga al frente de los ministerios económicos claves y de Mariano Rubio como hombre fuerte del Banco de España y el pacto implícito con la gente del Círculo de Empresarios y aledaños --los Del Pino, Boadas, Amusáteguis, etcétera--, la llamada beautiful people, lo demuestra fehacientemente.

No obstante, la expropiación de Rumasa tuvo ese efecto disuasorio que, aunque no deseado, fue útil para generar autoridad y propiciar el clima en el que se desarrollaría el posterior saneamiento de la banca. Lo que pasó entonces se parece a la situación que vivimos actualmente respecto de Sadam Husein y tiene mucho que ver con la intervención del Banesto de Mario Conde.

Cuando el viernes, 18 de febrero de 1983, Boyer, en un almuerzo con los periodistas, contestó con indiscreción semicalculada una pregunta sobre Rumasa, resultaba obvio que el superministro no pensaba adoptar una medida tan radical y en plazo tan fulminante. Boyer advertía simplemente al presidente del holding, José María Ruiz-Mateos, que dejara de entorpecer la labor de los inspectores de Arthur Andersen. Este objetivo pareció conseguido cuando el presidente de Rumasa emitió el día siguiente, sábado, una nota en la que se comprometía a ello y subrayaba su propósito de colaborar con el Gobierno.

Sin embargo, a partir de entonces, Ruiz-Mateos empezó a cometer errores, como el de tratar de negociar directamente con el presidente del Gobierno, quien no se puso al teléfono. El lunes 21, Boyer y Ruiz-Mateos mantuvieron una entrevista muy tensa. El ministro le propuso una salida honorable a condición de que aceptara voluntariamente el desembarco de funcionarios en el holding de la abeja para que buscaran desde dentro una solución ordenada y discreta. Ruiz-Mateos reaccionó indignado. A pesar del portazo, todavía el martes 22 Boyer y Rubio buscaron una solución menos drástica: el traspaso a la banca de las entidades crediticias del holding, excluyendo de la expropiación al resto del grupo. Pero esa tarde Ruiz-Mateos convocó una rueda de prensa amenazante y éste fue su segundo y definitivo error.

Ante un desafío en toda regla, al Gobierno no le quedaba otra salida que apoyar a su ministro en una decisión dudosamente constitucional y con la que se asumían enormes costes económicos y políticos.

No obstante, la alternativa hubiera sido peor, pues el sistema no podía permitirse el descontrol de un grupo hecho unos zorros que representaba el 2% del producto interior bruto (PIB) y con un agujero creciente. No era, pues, una medida soviética , como denunció una oposición desmelenada, sino una intervención quirúrgica. En puridad de conceptos se podría calificar --como hizo El Nuevo Lunes de entonces -- de una nacionalización de derechas , destinada a socializar perdidas y privatizar rápidamente en contraste con las políticas nacionalizadoras de la vieja izquierda destinadas a aumentar el poder del Estado.

El Gobierno de González empezó, en el terreno financiero, con la expropiación de Rumasa y terminó con la intervención de Banesto. El sistema no podía permitirse el enorme agujero de esta entidad cuyo balance representaba una cifra equivalente al 6% del PIB. En el interregno, el PSOE había aprendido la lección: en este caso no hubo expropiación sino intervención, no se hizo cargo el Estado sino que, tras la debida subasta, llegó a las manos de Emilio Botín. En cambio, Mario Conde no aprendió la lección de Ruiz-Mateos. Desafió al Gobierno, le chantajeó con el GAL, sobrevaloró su poderío mediático y su amistad con la Corona, y no se hizo con tanto dinero como Ruiz-Mateos logró sumergir en España y evadir al exterior, lo que le ha permitido mantener un notable imperio empresarial y mucho dinero para seguir incordiando.