El presidente de Rusia, Dmitri Medvédev, prometió ayer una reforma militar que se traducirá en un incremento tanto de las tropas de combate convencionales como de las fuerzas nucleares estratégicas. El objetivo radica en hacer frente al proyectado avance de la OTAN hacia lo que el Kremlin reputa como "el extranjero próximo", una zona de influencia acorde con los intereses vitales del país, sin olvidar las amenazas del terrorismo y los riesgos de una crisis local como la de Georgia. La modernización del Ejército, tras la retirada de Afganistán y las guerras de Chechenia, es cuestión nacional inaplazable que puede contribuir al desarrollo en curso. Cosa muy distinta e improbable es una carrera armamentista de contenido nuclear y espacial como la que fue decisiva para que la URSS perdiera la guerra fría.

Antes de que la OTAN decidiera reanudar las relaciones con Rusia, Obama hizo algunas sugerencias sobre el escudo antimisiles en Polonia y Chequia, un agravio permanente para el Kremlin, y la secretaria de Estado, Hillary Clinton, acordó con su homólogo ruso una nueva etapa en las relaciones bilaterales. En medio de la crisis económica, es lógico que Medvédev mueva sus peones en el tablero europeo y cavila sobre sus fronteras y una nueva estrategia. El poder ruso bicéfalo pretende sacar partido de la coyuntura económico-estratégica, pero no parece interesado en reanudar una carrera armamentista como las que libraron los líderes soviéticos. Y apremia a Occidente para que resuelva el dilema de considerar a Rusia un socio fiable o un rival estratégico.