Inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín, Europa --y por extensión el mundo-- vivió unos momentos casi mágicos: las dos superpotencias alcanzaron en un par de años valiosos acuerdos relativos a armas nucleares o convencionales, que venían negociando en algunos casos desde hacía años. Tal es el caso del tratado conocido como CFE sobre reducción de armas convencionales en Europa, que se firmó en 1990 y entró en vigor en 1992. Tenía un valor más simbólico que militar, porque fijaba "techos" que los países de las dos alianzas militares que entonces se repartían Europa, la OTAN y el Pacto de Varsovia, se comprometían a respetar: tanques, aviones, artillería, etcétera. Era un brillante ejercicio de lo que se conoce como construcción de medidas de seguridad y confianza, más que un plan de desarme, con el que Gorbachov y Bush (padre) enterraban en mundo bipolar. En 1999, con motivo del 50 aniversario de la Alianza Atlántica, se negoció una versión revisada y actualizada del tratado, pero por razones nunca aclaradas algunos países de la OTAN se negaron a ratificarlo. Una provocación ya entonces innecesaria, y por tanto, la actual decisión de Putin de suspender la vigencia del CFE tendrá pocas consecuencias prácticas. Pero es políticamente significativo su precisión de que se debe a "circunstancias excepcionales" que afectan a la seguridad de Rusia. ¿Tiene que con Al Qaeda En absoluto, tiene que ver con la errática política exterior de Bush, su reafirmación de gestos innecesariamente provocadores hacia países a los que necesitará muy pronto, por ejemplo para desastascar el problema de Kosovo, y el brindis al sol que es el plan de escudo antimisiles. Rusia se planta.