Tras un afable fin de semana en Camp David con George Bush, el presidente ruso, Vladimir Putin, ha aplazado la firma que había comprometido para apoyar el tratado de Kioto de 1997, el acuerdo multinacional para reducir las emisiones de gases que están cambiando el clima de la Tierra. El tratado lo apoyan 160 países. Pero, tal como se concibió, si Rusia no firma será muy difícil alcanzar los porcentajes mínimos exigidos --una compleja combinación que pondera la importancia de los países y su grado de contaminación-- para que el acuerdo sea efectivo. EEUU y Australia siempre se han negado a firmar.

Putin ha aprovechado la Conferencia sobre Cambio Climático que se celebra en Moscú para lanzar este pulso. En el fondo, desafía a la UE, firme partidaria de la reducción de gases contaminantes, con la estrategia habitual de los dirigentes rusos: sugerir que su país necesita más inyecciones financieras --pide 10.000 millones de dólares-- para financiar su acomodo a un modelo de sociedad menos contaminante. Es escandaloso: en un año hemos vivido desde desbordamientos de ríos en el centro de Europa hasta una ola de calor sin precedentes, y aún se quiere hacer negocio con la amenaza de seguir deteriorando el clima.