Es obvio que la manera de viajar de un tiempo a ahora ha cambiado y, de alguna manera, se lo podemos agradecer a las compañías de vuelo low cost. Hace unos años era impensable pasar un fin de semana en París, por poner un ejemplo, ya que para cualquier ciudadano medio, con un salario medio, el precio del billete de avión era bastante elevado, por no decir desorbitado. Desde que estas compañías iniciaron sus andanzas aéreas a precios mucho más económicos, muchos de esos ciudadanos que antes no podíamos costeárnoslo, ahora podemos pasar ese deseado fin de semana visitando la famosa torre Eiffel o comiéndonos un helado en alguna heladería italiana, además, para un fin de semana, ¡poca muda necesitamos!

Siempre me he considerado una persona viajera, pero a la que sinceramente no le van mucho las alturas. La noche anterior a un viaje raramente duermo bien, por los nervios supongo, y también por la ilusión de saber que en menos de veinticuatro horas podré estar disfrutando del destino elegido. Una vez pasado ese trance, el de no dormir, llega el momento aeropuerto, ¿qué quiero decir con esto? Ve al aeropuerto, normalmente a las afueras de las ciudades, pasa el control policial, ten cuidado no te hayas pasado con los líquidos, fuera botas, cinturón, chaqueta, fular, deja toda tu vida en una bandeja y entonces... estarás dentro. En este punto quiero aclarar lo conforme y contenta que estoy con la seguridad de los aeropuertos.

Una vez vestida otra vez, cargas con tu maleta, ese era el trato; ¡precio bajo, maleta a cuestas! Recorre los infinitos pasillos de la terminal hasta llegar a la puerta de embarque, no sé si solo me pasa a mí, pero siempre es la última puerta y entonces ya no te queda nada, ya has pasado lo peor, solo queda despegar.

Te sientas mientras esperas la cola del embarque y piensas: veinticuatro horas sin dormir, un atasco para llegar al aeropuerto, dos controles, desvístete, camina tres kilómetros hasta llegar a la puerta de embarque, pero... ¡París te está esperando!

Lo siento pero no, todavía no. Ahora te toca pasar el «control policial de la maleta», no me entiendan mal, no es que pase por delante de un agente, son los mismos trabajadores de la compañía que, maleta tras maleta, detectan el tamaño y el peso solo con verla, y si dudan... ¡uy!, a la estructura de medidas que va tu malelita.

¡Dios mío, qué estrés! ¡Si con la cantidad de billetes que he pagado este mes para ver a mi familia, Ryanair debería hacerme la ola!

Para terminar, no sé si han volado últimamente con esta compañía aérea, pero si lo hacen en breve, acuérdense de dejar olvidados los nervios hasta la puerta de embarque... y, también, dejen olvidado algo de ropa.