Probablemente una palabra de encomio sobre Sabino Fernández Campo es ya una palabra de más. No hay voces discrepantes en el elogio fúnebre entre otras razones porque su figura de hombre leal, culto y cabal fue admirada por muchos y reconocida por todos. Incluso por quienes viniendo del republicanismo militante descubrieron la mesura y agudeza de juicio que atesoraba el hombre prudente que estaba de pie junto a la oreja del Rey.

Pasará a los libros de Historia de España por aquella lacónica expresión suya: "Ni está, ni se le espera", con la que desarmó la conjura golpista que había montado el general Armada en ocasión del 23-F, pero, siendo como fue relevante aquella actuación, tengo para mí que su gran servicio a la Corona, y, por lo mismo, a la estabilidad de la política española, fue su discreta y eficacísima labor para acercar a dos personajes clave de la Transición: el Rey don Juan Carlos y Felipe González , líder del PSOE y presidente del primer Gobierno socialista que tenía España tras la trágica experiencia de la guerra civil.

Mucho tuvo que ver la mano discreta de Sabino en la química que se estableció entre ambas personalidades en un momento en el que el PSOE, un partido de confesión republicana, con más de diez millones de votos y más de doscientos diputados, podía haberse dejado llevar por el vértigo que aparejaban aquellos momentos germinales de la vida política española. Todos le debemos respeto a su memoria, pero quienes más le deben son aquellos que en un momento dado, al verlo partir, creyeron alejar la voz de su conciencia.

Que se sepa, no deja escritas memorias. Ha hecho bueno aquel proverbio que aconseja no romper el silencio si uno no está en condiciones de mejorarlo sin crear problemas innecesarios. Descanse en paz, Sabino, el prudente.