La prepotencia de quienes tratan de vendernos la energía nuclear como algo seguro, le han visto las orejas al lobo con el desastre de Japón.

Como el aprendiz de brujo, la industria atómica no puede prever las posibles variables de las amenazas a centrales nucleares, que pongan en peligro la vida de millones de seres humanos. Solo por eso, este tipo de energía se tiene que desechar.

El desastre nos ha hecho despertar de nuestro letargo, nos ha hecho ser conscientes de que nuestra vida está permanentemente expuesta a una hecatombe nuclear. De que no solo los fallos humanos del personal técnico (Chernóbil), y las rencillas y demencias entre jefes de estado por el mayor arsenal atómico, nos pueden llevar al exterminio. Las fuerzas de la naturaleza son imprevisibles y con los efectos del cambio climático su potencial destructivo (como hemos visto en Japón) va en continuo aumento. Esta vez, la alarma nuclear la ha provocado un tsunami, la próxima un avión (como el que derribo las torres gemelas) o cualquier otra causa imprevista. La solución pasa por las renovables, y por liberar las patentes de energías limpias secuestradas por quienes se lucran de la dependencia del petróleo y la nuclear.

No puede ser que en nombre del crecimiento económico estemos expuestos a energías mortales. Si nos escandalizamos al leer que culturas antiguas mediante ritos ancestrales sacrificaban a seres humanos para calmar a sus dioses. No es menos cierto que para calmar al actual dios del crecimiento económico seamos capaces de sacrificar a millones de personas.

Antonio Cánaves Martín **

Correo electrónico