WLw a fulminante destitución de Luis del Rivero de la presidencia de Sacyr Vallehermoso es el colofón de una historia de intrigas, traiciones y deudas más apasionante que un culebrón televisivo. La caída del magnate, al que sus socios no han dejado ni un triste puesto de vocal en el consejo de administración, responde a su desmedida ambición, construida a base de complicidades financieras y políticas que le permitieron, tras hacerse con la constructora, dar un zarpazo del 20% a la petrolera Repsol con dinero prestado por los bancos. Como les ha ocurrido a otros constructores -ahí están los casos tan cercanos de Habitat y Sacresa-, el bocado era excesivo, lo que la crisis y las dificultades del crédito se han encargado de poner de manifiesto. Del Rivero es el último personaje de la era del dinero fácil. No contento con deber casi 5.000 millones a los bancos por su compra en Repsol, que de momento acumula una minusvalía también del 20%, selló una oscura alianza con Pemex, una competidora de la española de titularidad pública mexicana. El objetivo era obtener ganancias rápidas de su inversión costase lo que costase, incluido el desmantelamiento de Repsol.

Su ceguera consistió en no ver que los tiempos habían cambiado, que el poder político que tiempo atrás le utilizó para un frustrado ataque al BBVA ya no le daba cobertura, y que su aventura mexicana había colmado la paciencia de la banca y de los grandes accionistas de Sacyr.