Catedrático de la Uex

Sadam ha caído. Como cualquier persona de buena fe, la alegría por el apresamiento del dictador hay que proclamarla, sin ambages y con rotundidad. Y así lo hago, tras dejar correr varios días desde que se produjo. Pero también hay que decir algo más. Que ha sido tras una guerra inacabada por Bush padre, y retomada con toda la fuerza del poderío militar de EEUU, por su hijo. Que lo ha sido tras unos meses previos, de una presión política sin igual en la ONU. Tras haber actuado unilateralmente una serie de países, entre los que nos cabe el triste honor de estar. Sadam ha caído. Es de bien nacido alegrarse, pero también es de ciudadanía democrática recordar que no hay una ética para el primer mundo y otra, distinta, para los desheredados de los otros mundos.

Qué tristeza ver a un presidente del gobierno dando, a toda prisa y solemnemente, la noticia de la captura del as de la baraja . Qué tristeza el recorrido de sus palabras, trayendo a nuestros oídos millones de muertos del dictador (pues cientos de miles le parecían pocos). Qué tristeza verle justificar la caída, por el enfrentamiento de Sadam con la ONU. Qué tristeza ver a los ministros llenando el panorama nacional con sus ecos. Especialmente la ministra de Asuntos Exteriores, tan enfrentada con las más mínimas exigencias de capacidad expresiva, como atropellada en un vano intento de situar el futuro del dictador en un escrupuloso respeto a la justicia internacional. Hasta el futurible, hablando desde su peregrinaje por los escenarios de recogida de popularidad. Cuánta tristeza por la rapidez de sus informaciones, demagógicas e interesadas, frente a las continuas negaciones de comparecer en el Parlamento, al que sistemáticamente han burlado con su mayoría. Para eso, silencio.

Frente a la muerte de Couso, silencio. Frente a las armas de destrucción masiva, silencio. Frente al saqueo de los museos, silencio. Frente a los pozos de petróleo, silencio. Frente los bombardeos indiscriminados, sin ni siquiera haber guerra declarada, silencio. Frente a las muertes inocentes, silencio. Un silencio atroz, con las de 15 niños, tan recientes como la mismísima captura del sátrapa. Frente a los presos de Guantánamo y la ausencia de respeto a las normas procesales democráticas, silencio. Frente al gobierno de Israel, silencio. Frente a otros dictadores que pueblan la faz de otras tierras del tercer mundo, eso sí pobres tierras, silencio. Silencio chirriante, convertido en grito de muchas personas contra la demagogia, ejercida desde el poder democrático. Poder democrático en el nacimiento, pero teatro en parte de su ejercicio, a disposición de los intereses estratégicos de una potencia que quiere dirigir el mundo a su estilo.

Pero llegará el día en el que estos dirigentes de la coalición internacional serán historia. Y lo serán, no mediante las armas, sino de una manera mucho más bonita: por los votos. Por los votos de quienes, tarde o temprano, serán mayoría, cansados de mentiras y de atentados contra las exigencias éticas. Pues a la larga, las sociedades occidentales, con unos principios más asentados, por lo tanto con un predominio de los valores frente a los intereses individuales, elegirán a sus representantes en función de ellos, antes que mediante una cuota en el reparto de dividendos sociales.