Ayer, Día de San José, fue consagrado Obispo de Roma y Papa de la Iglesia Católica el cardenal Bergoglio, atrás queda uno de los momentos más íntimos y emocionantes del Cónclave que le elevó al Solio Pontificio, cuando una vez elegido se retiró a la sacristía de la Capilla Sixtina, llamada Sala de las lágrimas, para meditar y vestir una de las tres sotanas blancas ya preparadas, antes de presentarse a los fieles en la plaza de San Pedro.

La sacristía es conocida como la Sala de las Lágrimas por las que han derramado en ella a lo largo de la historia los Papas recién elegidos, tal vez por la emoción del momento, la tensión acumulada durante los días del Cónclave o el peso que se le viene encima.

Está amueblada esa sala con una mesa, sobre la que hay una pequeña imagen de la Virgen con el Niño, un sofá de terciopelo rojo y un gran crucifijo, tipo pastoral, de pie, es la única decoración allí existente. El nuevo Papa solo, en silencio, se probó las ropas y eligió las que mejor se acomodaban a su físico, mientras lo que iba pasando por su mente en aquel momento únicamente él lo sabe.

El Papa Francisco ha pasado por ese lugar, como todos sus antecesores una vez elegido, y dicen que a solas se habrá preguntado: ¿Porqué yo? ¿Qué quieres de mí, Señor?

Ya vestido de blanco, el nuevo pontífice regresa a la Sixtina, donde es recibido con un largo aplauso por los cardenales, que uno a uno se acercaron a presentarle su obediencia, y en aquella Sala se habrán quedado esas preguntas y esos momentos de intimidad en las que habrá decidido el camino a recorrer, en el gobierno de la Iglesia.

El nombramiento del Papa ha sido el primer acontecimiento de los últimos días y a modo de ejemplo, la existencia de ese lugar llamado Sala de las Lágrimas, expresa con su existencia lo conveniente que resulta tener un sitio en el que uno se pueda recoger en sí mismo para fortalecerse con la realización de un análisis de su persona y preguntarse la razón y el porqué ha llegado hasta allí y para qué. Además es un lugar en el que uno se replantea lo que tiene que hacer con su vida y con sus responsabilidades. Creo que todos debiéramos tener una Sala de las Lágrimas, para poder hacer frente a las circunstancias, adversidades y hasta malicias que plantea la propia vida.

Pensando en paralelo, aunque no tenga ninguna relación con lo antes dicho, y a efectos de reflexión exclusivamente, que bien le vendría al Presidente Rajoy tener en la Moncloa una Sala de las Lágrimas con un blindaje especial, que debiera servirle para poner en orden ese temple propio que aflora al exterior, no ya sólo por el proceloso camino que lleva recorrido desde que accedió a la Presidencia, sino ahora especialmente, no tirando los pies por alto ante esa monumental traición de que es objeto por un ex tesorero, en el que un día depositó su confianza y a cambio le está pagando con el peor de los reconocimientos o agradecimientos debidos.

Rajoy rechaza de forma tajante que se sienta chantajeado y ha repetido. "Ya he dicho sobre este asunto todo lo que tenía que decir".