Realismo. Esa es la palabra. Al fin. Que un miembro del Gobierno, de este Gobierno, dé su brazo a torcer es cosa destacable. Que me alegra. La titular de Sanidad, Elena Salgado , ante la falta de acuerdo con el sector vitivinícola, ha paralizado la tramitación de la proyectada Ley del Alcohol, que parece que no verá la luz, al menos en sus términos actuales. Antes, ya había dulcificado el borrador de esa ley, que en sus versiones primigenias era simplemente inaceptable. Lo de ahora, el último texto, no perjudicaba prácticamente en nada, en mi opinión, los intereses de los bodegueros ni del sector en general, aunque es cierto que los fabricantes de cerveza y de otros alcoholes distintos al vino podían reclamar sentirse discriminados. Y, en cambio, la frustrada ley protegía a los menores de las amenazas que el alcohol representa para ellos. Todos sabemos lo que estas amenazas están representando desgraciadamente para nuestros adolescentes.

EN GENERAL, la ley no es más dura que otras ya vigentes en Europa, aunque la tramitación haya sido mala en términos de imagen, puesto que ha quedado el recuerdo de aquellos primeros desafortunados, excesivamente rígidos, borradores. Y tampoco la imagen de dureza que en ocasiones ha esgrimido una Elena Salgado convencida de su verdad hasta más allá de lo conveniente y de lo políticamente correcto, ha contribuido a un debate pacificado y sereno sobre el fondo de la cuestión.

En todo caso, la ministra daba en la tarde del martes una rueda de prensa explicando los términos de su honrosa retirada : decía que una ley no puede servir de marco a una confrontación política. Y es que una ley no debe aprobarse a trancas y barrancas cuando se sabe que no se va a cumplir, por muy ajustado a lo razonable que sea ese texto legal. Aquí, la rebelión --sin duda a veces por motivos electorales-- iba por barrios: primero, Castilla-La Mancha (con gobierno socialista); luego, La Rioja (del PP); ahora venían Galicia, luego Aragón, Castilla y León... En fin, que las limitaciones, presuntas o reales, al vino iban a poner en pie de guerra a la mitad de España, precisamente cuando productores de todo el país, con inversiones considerables, se esmeran en lograr productos de calidad exportables. Y precisamente, claro, cuando se va a inaugurar una durísima batalla electoral municipio a municipio, comunidad por comunidad.

La dura Elena Salgado, empeñada en una cruzada en solitario para lograr hábitos alimentarios más sanos, ha sido ahora flexible, impulsada quién sabe por qué razones: el vino no puede equipararse a otros productos alcohólicos. Que sea enhorabuena por el armisticio, que no rendición, pues nunca hay rendición cuando se impone la única salida posible. No, la ministra no tiene por qué dimitir, aunque muchos especialistas digan estos días lo contrario, quién sabe si animados por intereses relacionados con el desgaste a un Gobierno que ya está demasiado desgastado.

Estamos entre los intereses, cada vez más poderosos, de los vinateros frente a la conveniencia sanitaria. La ministra ha perdido una batalla, cierto, pero no ha perdido la guerra: en el medio está la virtud, y este es un tema sobre el que habrá que volver en momentos menos crispados, es decir, después de las elecciones, al comienzo de una Legislatura y no al final de ella. Quizá aprendan la lección de este traspiés ahora la propia Salgado, los presidentes de comunidades autónomas productoras de vino, la oposición --la imagen de Rajoy tomando un pote acabará pasándole factura, ya lo verán-- y la sociedad en su conjunto. Y, claro, esos fontaneros monclovitas que, una vez más, han dado la impresión de que el Gobierno funciona sin coordinación suficiente.

*Periodista