Las condiciones en las que se ha producido la apertura del túnel transfronterizo del Somport, en el Pirineo central, es una demostración más de que las relaciones entre España y Francia en materia de comunicaciones distan mucho de ser razonables. Es absurdo que una obra estratégica como ésta, que ha costado 254 millones de euros (42.000 millones de pesetas) y pensada nada menos que para descargar el tráfico pesado por carretera que registran La Jonquera e Irún, desemboque en la parte francesa en una carretera secundaria plagada de dificultades para camiones y turismos. Mientras en España se ha hecho un notorio esfuerzo inversor para crear este tercer eje transpirenaico --el primero por el centro de la cordillera--, en Francia han olvidado mejorar las rutas de las regiones del sur, en un típico gesto de la supercentralista Administración francesa.

Algo similar ocurre con el enlace del tren de alta velocidad. Todo indica que la obra avanza en el lado español mucho más deprisa que en el francés y que la conexión internacional tardará mucho más tiempo de lo que suelen anunciar los políticos de uno y otro lado en sus periódicos encuentros bilaterales.