WTw ras el triunfo demócrata en las elecciones legislativas, el desasosiego ante el desastre cotidiano y la destitución o retirada de algunos halcones de la guerra, la percepción de los norteamericanos sobre la guerra de Irak ha cambiado. Las conclusiones del informe del Grupo de Estudios de Irak ofrecen el marco adecuado para que el presidente Bush cambie su estrategia de victoria, absolutamente desacreditada, por otra creíble y consensuada. El informe aboga por modificar la prioridad de las tropas norteamericanas --reducirlas y retirarlas gradualmente del combate--, y una iniciativa diplomática que incluye la negociación con Siria e Irán, las presiones sobre el Gobierno de Bagdad y un impulso para sacar al conflicto palestino-israelí de la sima en que se encuentra. El documento no suministra un elixir milagroso para liquidar el desastre militar y diplomático, pero ofrece una salida honorable para los republicanos y un compromiso que oculta las divergencias en el seno de los demócratas. Las vaguedades del documento y la falta de un calendario de repliegue, cuestiones básicas del consenso, dejan las opciones en manos de un presidente aturdido que no podrá recurrir al gastado dilema patriótico para enmascarar su incompetencia. Todas las salidas presentan graves inconvenientes, si no se rectifican los errores acumulados desde abril del 2003. Asumido el imperativo del abandono, el consenso entre los dos partidos y el fin de la arrogancia presidencial quizá puedan sentar las bases para mitigar un fracaso de proporciones históricas y consecuencias imprevisibles.