Ministros y dirigentes del PP, secundados por su entorno mediático, están haciendo que la campaña electoral más sucia de la historia de la democracia española siga por los derroteros de la telebasura. Un coro aparentemente descontrolado, azuzado por un moderador que se desentiende de sus barbaridades, cuando no simula escandalizarse, no ha dejado de lanzar insultos y falsedades contra la oposición y contra el Gobierno de Cataluña. Las medias mentiras, que ni siquiera medias verdades, la presunción de culpabilidad del oponente y las rectificaciones que encubren una nueva acusación, cuando se llega al terreno de lo penalmente perseguible, ponen la dialéctica de la derecha española a la altura de los contertulios de Salsa rosa o Tómbola.

La comparación no es banal. La combinación de férreo control de los medios, exabruptos chabacanos, frivolidad, amedrentamiento ruidoso de la discrepancia e impunidad judicial son ingredientes con los que se puede construir, como se está demostrando también en Italia, un régimen en el que peligran las libertades. No hemos de dejar que la intolerancia, el desprecio y la prepotencia del fascismo hispánico resurjan también con este envoltorio.