Imaginen una familia de desahuciados muy pobres viviendo debajo de un puente, todos pendientes de la televisión, que funciona gracias a un generador de corriente eléctrica que un ciudadano solidario les ha prestado. Pues bien, esta familia está siguiendo con bastante atención un reportaje sobre las múltiples operaciones quirúrgicas a las que se ha sometido el Rey. En un momento determinado el padre de familia esboza un mohín tristón y replica: "Cuidado que lo está pasando mal ese pobre hombre".

Esta anécdota ficticia bien podría servir para describir una viñeta que ilustre una ácida reflexión filosófica sobre el dinero y la salud. El rico enfermo siempre envidia al pobre sano; sin embargo, el pobre sano nunca envidia al rico enfermo. Por esto, en el orden de preferencias, el ser humano antepone la salud al dinero. Pero contradictoriamente y por regla general, cuidamos más de nuestro bolsillo que de nuestra salud. Se suele decir que el dinero no garantiza la buena salud, pero sirve de ayuda para recuperarla o mantenerla.

De eso saben mucho los políticos ávidos en comerciar con la salud. Son nuevos mercaderes que quieren que paguemos por todo, hasta por respirar. La inhalación y la exhalación a cinco céntimos. El bostezo según duración: diez céntimos el que exceda de cinco segundos y quince el que se pase de ocho. Y al que abra mucho la boca se le penalizará con dos céntimos. Y el suspiro, por ser recurso humano relajante, que sea declarado artículo de lujo y se pague a veinticinco céntimos la unidad. Todo con el 21% de IVA, por supuesto. Lo que importa es hacer caja.

Pues ojo, que ahora han empezado a comerciar con la salud, pero luego puede venir el amor, y a los besucones les puede salir caro. El beso en la mejilla a dos céntimos, en los labios a cinco, y el de tornillo a veinte. Todo con su IVA, claro. Veo a los amantes aprovechando la oscuridad de los cines --como en los pudibundos tiempos de Franco -- para dar y recibir besos gratis. Lo malo es que cada vez hay menos cines.