Escritor

La Iglesia Católica sigue firme con la idea en el punto de mira de salvarnos. Cuando Dios creó el mundo, como todos sabemos, la Iglesia no existía. El mundo era como Dios lo había creado y la salvación no era necesaria porque estábamos salvados. No existía la pornografía, porque lo natural era ir en bolas y nadie se alarmaba. Tampoco nos explicaban cómo era eso de mirar libidinoso, ni siquiera sabíamos cómo había que mirar para pecar. Eramos felices en definitiva. No había copla española, ni sabíamos que la Zarzamora lloraba por los rincones, ni siquiera que presumía de romper corazones. Eramos muy felices sin el PP. No le debíamos nada a nadie, todo lo contrario de hoy, que lo debemos todo. Pero llega el idiota de Caín y mata a Abel, y comienzan a complicarnos las cosas. ¿Por qué lo habrá matado? Es la misma pregunta que hoy nos hacemos cuando un marido mata a la esposa, que sale un vecino a explicarnos que se tiraban la vajilla todos los días. Es decir, surge una inquietud. Y esa inquietud no encuentra mejor forma de encauzarla que a través de la religión. Es decir, que en lugar de saber que el ser humano es complejo y obedece a leyes ocultas y cromosomas asesinos y encima de todo eso hay unos factores educativos, se comienza a ver fantasmas en una teta, en un glúteo, en la atracción del monte de Venus, y no se les ocurre otra cosa que asegurar que todo eso es impuro. Es decir, ¿que Dios ha creado él mismo la impureza? Y aquí la Iglesia Católica que se ha formado un lío tremendo, y hemos llegado hasta donde hemos llegado, que culpa de la revolución sexual. Y qué revolución es ésa, si Cayetana Guillén está al borde de un ataque de nervios por haberle colgado de novio a Aznar. La revolución sexual es la que nos pone a todos en estado de igualdad ante el sexo, lo que sólo se consigue con una igualdad absoluta de la renta, de la inteligencia y del patrimonio. Algo inalcanzable.

Aquí no se ha producido ninguna revolución de ningún tipo, y menos la sexual. Lo que hay cada día es una involución, cada vez más profunda, más retrógrada, y después de todo eso, hay que corregir las células que nos producen, que es entrar en un profundo mar insondable. Pues todo eso la Iglesia Católica lo reduce a cuatro sandeces producidas por la propia ignorancia. Y encima, ellos tienen voto de castidad. De locos.