Los testimonios de los cuatro rehenes liberados ayer por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) hacen temer por la muerte inminente de Ingrid Betancourt, la diputada que los guerrilleros mantienen secuestrada desde hace seis años y que padece hepatitis B y sufre los malos tratos de quienes la mantienen en la selva encadenada como rehén. Los relatos de los cuatro congresistas que ayer volvieron a la libertad, y que vieron a Ingrid el 4 de febrero, han puesto otra vez en el primer plano internacional el drama de los secuestrados por una guerrilla que carece de sentido y que solo subsiste amparada por los ingentes ingresos del narcotráfico, por la libertad de movimientos de que disfruta en la selva de la frontera de Colombia con Venezuela y por un trasnochado discurso revolucionario, basado, eso sí, en el hecho cierto de la extraordinaria pobreza que padecen los indígenas, que, no obstante, más que admirar a las FARC, las temen. El temor por la vida de Betancourt --que posee también la nacionalidad francesa-- es tan grande que hasta el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, anunció ayer estar dispuesto a presentarse en la selva fronteriza entre Colombia y Venezuela para forzar la liberación de la secuestrada. Ante la evidencia de que estamos ante un caso de vida o muerte, Sarkozy hace un gesto humanitario, aun a sabiendas de que eso da más publicidad a las FARC y, cómo no, a él mismo, en horas bajísimas. Pero si los gestos políticos no alcanzan al Gobierno colombiano, es improbable que los guerrilleros renuncien a retener a Betancourt, el instrumento de negociación más importante que tienen en sus manos.