Hay personas que, en cuanto consiguen un cargo, no hay quien les despegue el culo del sillón. Se aferran a él, sea un alto cargo o un carguillo en el gobierno nacional, autonómico o local, el caso es no perder el poder y los privilegios que eso conlleva.

No es el caso de Pedro Solbes , hasta hace unos días vicepresidente y ministro de Economía y Hacienda en el gobierno de Zapatero desde 2004, un gran economista y ministro en distintos gabinetes con Felipe González . Estaba tan ricamente en Bruselas como comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios desde hacía tiempo y cuando Zapatero le dijo "ven", lo dejó todo, como en el famoso bolero, renunciando a una remuneración mucho más alta, para pilotar el barco de nuestra economía. Pero se le cruzó el maremoto de la dichosa crisis y por muchos intentos que hizo se sintió sin fuerzas para llevar el barco a puerto, por lo que prefirió dejarlo en manos de una capitana que intentará salvarlo de la deriva y a todos nosotros, los españolitos de a pie, con él. Pero ¡ojo!, ni él ni su gestión han provocado este temporal que afecta a todo el mundo.

Desde hacía tiempo se le veía cansado, con una cara aún más seria de la que de por sí ya tiene por tener que soportar una pesada carga de responsabilidad a sus espaldas, demasiada para sus años. Ansiaba un merecido descanso, llevar una vida más sosegada y, quizá, haya renunciado a su sillón porque su honestidad le pedía dejar el testigo a savia nueva para renovar este país. Cada cual tiene unos objetivos, algunos más ambiciosos y otros más sencillos, con mejor calidad de vida familiar. Si bien todos conocemos políticos con más de 80 años que no quieren arrojar la toalla, no sabemos si por inercia o porque se consideran imprescindibles, aunque no puedan con los calzones; a pesar de haber sido unos políticos brillantes, el tiempo lo arrasa todo.

Solbes reconoce que ha tenido aciertos y cometido errores. Demuestra valentía y humildad porque esto último, pocos o ningún político lo reconoce. Por eso, salve, Solbes.