Para ser alguien en política hay que estar en el tablero de juego. Y Pedro Sánchez no estaba hasta el viernes. Sin embargo, ese día volvió con una bomba bajo el brazo, la cual ha hecho saltar por los aires la calma chicha en la que parecía haber entrado el gobierno con la aprobación el miércoles de los presupuestos generales del Estado y una sentencia, la de la Gürtel, cuya gravedad rebajaba de importancia de forma escandalosa y descarada. Desaparecido en combate desde hace meses, diluido en la responsabilidad del 155 para con Cataluña, el líder del PSOE había perdido toda notoriedad, cediéndole el protagonismo a Albert Rivera, el rey de las encuestas, pero el viernes regresó para ocupar el centro del debate. La moción de censura presentada contra Rajoy cogió a su adversario, el PP, despistado, pero lo más importante: le robó la iniciativa a Ciudadanos, instalado en la espera de un más que probable adelanto electoral.

Ahora, carambolas de la política, no me extrañaría que funcionara y el PSOE tuviera un problema. Peores escenarios se han hecho realidad. Sin embargo, las peticiones que, desde ayer, vienen haciendo los independentistas catalanes y los nacionalistas vascos, cuyos votos son necesarios, la hacen inviable. La amenaza puede lograr si acaso un adelanto en las urnas e iniciar la carrera desde una posición de ventaja. Hay ejemplos en los que una moción de censura no ha sido más que un instrumento, un aldabonazo para llamar la atención sobre una alternativa. Vara así la utilizó contra Monago en 2014 en Extremadura y no le salió tan mal pues, aún fallando en el Parlamento, ganó las elecciones un año después.

Nadie sabe cuáles son los verdaderas intenciones del PSOE, pero tampoco nadie las va a revelar dado que, tal y como se ha hecho, solo Sánchez lo sabe y de lo que habla es de responsabilidad ante un Partido Popular que ha quedado totalmente desprestigiado.

El líder socialista ha puesto en dedo en la llaga. Ha alterado el status quo en el que parecía instalado Rajoy y ha puesto contra las cuerdas a Ciudadanos, quien tendrá que justificar muy bien por qué no apoya la moción y sostiene a un partido cuya reciente sentencia no solo le apunta directamente, sino que pone en duda la veracidad del testimonio dado por su máximo responsable en sede judicial. De seguir como íbamos, Rivera hubiera sido el próximo inquilino de La Moncloa. Ahora todo queda en el aire y el destino sufre un contratiempo, un imprevisto, que no figuraba en el guión previamente diseñado.

Resulta imposible predecir cuál va a ser el próximo capítulo en toda esta historia, pero no hay duda de que Pedro Sánchez va a ocupar un papel protagonista. Los intentos del PP por desprestigiarle, Mariano Rajoy el viernes y Fernando Martínez Maillo ayer, culpándole de desestabilizar el país, son baladíes. No tienen ningún efecto desde el momento en que el acusador se ha quedado sin talla moral para desacreditar a su adversario. Además, no puede ser que se dé relevancia a la talla política del ahora acusador con respecto a Cataluña y acto seguido se la acuse de ser el «Judas Iscariote de la política española» como señaló ayer el número 3 de los populares.

EN EL PP HAY más de 800.000 militantes que no se merecen esto. Son en su mayoría gente honrada, avalistas de un proyecto que ahora se ven descorazonados cuando comprueban cómo en la cúpula de Génova se cocía la manteca para unos pocos y en el gobierno de Aznar muchos tienen causas pendientes y otros directamente están en prisión como ha ocurrido esta semana con Zaplana al tratar de traerse a desde Suiza dinero proveniente de comisiones ilegales. Los alardes de cinismo de algunos portavoces estos días o las frases de otros restándole importancia a semejante escándalo ponen los pelos de punta a toda una militancia, cansada como está de remar a contracorriente mientras una semana sí y otra también tienen que dedicarse a defender a corruptos y sinvergüenzas.

La soga al cuello que supone la sentencia de la Gürtel para todos ellos es demasiado larga e igual que un buen gobierno o un buen partido nacional ayudan en los ámbitos autonómicos o municipales, al contrario los destroza. No tanto porque la losa sea difícil de sobrellevar, sino porque la vergüenza que se siente les hace imposible pelear por unas siglas de las que deberían sentirse orgullosos.