Siempre he tenido una especial fascinación por los Sanfermines, cuya última edición tuvo lugar la semana pasada. Soy contrario a cualquier maltrato animal y especialmente de los toros, pero reconcozco que veo en directo los encierros con el corazón encojido. Por eso me gustaría expresar mi malestar con la degradación que sufre esta fiesta popular. Miles de personas participan en estos encierros tradicionales y la gran mayoría de los mozos ni saben ponerse delante de un toro ni tienen las condiciones ni la preparación necesarias. Hay que estar muy loco o muy pasado de todo para ponerse delante de un astado en esta tesitura. Esta masificación impide a los corredores tradicionales lucirse y pone en riesgo sus vidas, bueno, las de todos.

Después, en la plaza, durante las corridas, las peñas en los tendidos no prestan atención a quien se está jugando la vida ante el morlaco. No sólo le dan la espalda, sino que están más preocupados en empaparse de vino y en tomar unas meriendas pantagruélicas que en la propia corrida. Es una pena que un animal tenga que morir para los hombres se diviertan. Otro aspecto que me espanta de los Sanfermines es el aumento de las agresiones sexuales, denunciadas en 2011 por colectivos feministas y la federación de peñas.

Parece que el chupinazo abre un tiempo sin ley, con el 'todo vale' por bandera, que recuerda a las bacanales romanas. Si hay consentimiento me parece bien, pero intuyo que amparándose en la multitud hay mucho salvaje que abusa de mujeres que sólo van a honrar al santo patrón de Pamplona. Refrán: Por san Fermín, mocicos a la fiesta, abuelos a la siesta.