En el Acta del Comercio de Esclavos celebrada en 1807 se prohibió la trata de esclavos en el territorio de Inglaterra. Posteriormente, el 23 de agosto de 1833 se aprobó la ley de abolición de la esclavitud por la que todos los esclavos de las colonias británicas eran hombres y mujeres libres a partir del 1 de agosto de 1834. El decimosexto presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, promulgó la Proclamación de Emancipación del año 1863, lo que suponía, por fin, la abolición de la esclavitud, durante la guerra de Secesión americana.

Desgraciadamente la abolición de la esclavitud, por escrito, no se correspondía con la realidad, y en 1865, los que defendían la esclavitud crearon el KuKluxKlan, cometiendo todo tipo de barbaridades aberrantes contra los negros que vivían en América. El racismo tomó forma contra los que no compartían el color blanco en su piel. Los derechos de los hombres negros fueron constantemente pisoteados, siendo considerados una clase inferior.

En todo el siglo XX, el racismo en Estados Unidos ha continuado haciéndose evidente, a pesar de las voces que han pasado a la historia, pidiendo a gritos un trato igual y humano para los que llevan el color negro en su piel. Con 39 años, y su sueño, fue asesinado Martin Luther King en 1968, después de pasar su corta, pero intensa, vida luchando por conseguir una sociedad más igual y más justa.

Cuando, en 2009, un hombre negro llega a la Casa Blanca, convertido en presidente de los Estados Unidos, parecía que algo tendría que cambiar y que, por fin, se erradicaría totalmente ese trato injusto que algunos sufrían sólo porque el color de su piel no era tan blanco. Pero pasaron los ocho años del mandato de Obama y todavía nos tenemos que encontrar, desgraciadamente, la muerte de un hombre negro con su cuello aplastado por la rodilla de un hombre blanco. Esta vez, las redes sociales se han encargado de difundir unas imágenes durísimas de las que el mundo entero ha sido testigo.

Dolor y rabia desparramaban las ondas en internet sobre todos los que, avergonzados, veíamos la muerte de un hombre negro en riguroso y terrible directo. No son suficiente los más de dos siglos que han pasado desde que el presidente Lincoln dio los primeros pasos para comenzar la lucha por la igualdad racial. Ha pasado tanto tiempo que ya no tendría que importar el color de la piel para respetarnos como seres humanos. Pero todavía importa, y las imágenes de la muerte de Floyd nos lo demuestran fehacientemente.

Y no se trata de echar por tierra y denostar la labor de la policía a la hora de vigilar un orden social para todos, velando por la seguridad y la convivencia, pero el policía que apoyaba, con rabia, su rodilla en el cuello de George Floyd el pasado 25 de mayo, no velaba en absoluto por la seguridad de nadie, ni tampoco lo hacía el compañero que recibía las críticas de los que le increpaban, rogándole, por favor, que apartara a su compañero del ya maltrecho cuerpo de Floyd.

Ni siquiera siendo golpeados por los estragos de una grave pandemia, se les reblandece el corazón a aquellos que nunca buscaron ni entendieron lo que era un mundo justo, ni alcanzaron a comprender el significado de la verdadera libertad, ni supieron alguna vez que el color de la sangre que fluye por las venas de los blancos y los negros es igual de roja.

*Exdirector del IES Ágora de Cáceres.