El día que estalló el escándalo del dopaje, cuando mostré mi ignorancia sobre la práctica de las sangrías, una magnífica periodista amiga mía me preguntó extrañada si no sabía que ese método es conocidísimo entre los deportistas de élite. Al parecer era un secreto a voces, pero yo, tan obsesionada con nuestros políticos y sus ombligos, no tenía ni idea de que los deportistas, esos seres superiores, hombres y mujeres que deberían ser ejemplo de lucha y superación para nuestros hijos, en realidad eran individuos normalitos hasta que se metían el ´chutazo´.

Las imágenes que hemos visto estos días son propias de películas de terror: cajas a rebosar de hormonas ilegales, frigoríficos hasta arriba de bolsas de sangre, centrifugadoras para hacer transfusiones y todo tipo de artilugios de esos que ponen a uno los pelos de punta. Al parecer, ahí estaba el secreto del éxito de los mejores ciclistas y otros deportistas de élite de nuestro país, a quienes el doctor Fuentes tenía literalmente en sus manos.

XEL TEMAx era tan sórdido como kafkiano. El doctor les fichaba, y por el módico precio de seis millones de las antiguas pesetas, les metía el éxito en las venas por una temporada. Creo que el dopaje no es nada nuevo, incluso a estas alturas de la película la detección de un nuevo positivo apenas es un suelto en una página perdida de cualquier periódico, pero en esta ocasión la cosa cambia. El escándalo de la sangre, las hormonas del crecimiento, los esteroides y lo que sea es de tal magnitud que puede afectar a toda la élite profesional del ciclismo español, un deporte hundido en el cenagal de los escándalos.

Tenía que llegar y ha llegado. España no podía seguir siendo un paraíso para el dopaje. El golpe policial ha sido certero, el Parlamento está ultimando una ley que persigue a quienes practican e incentivan estas prácticas, y la investigación debe seguir y salir a la luz caiga quien caiga.

El deporte no debe llevar sangre sucia en sus venas, sino sangre nueva, renovada y limpia, y si para ello estamos algún tiempo fuera de juego, y de las competiciones, merece la pena. El dique seco en cuanto a maillots y medallas merece la pena si vuelve la ley básica del esfuerzo y el engrandecimiento personal, sobre todo en nombre de los deportistas que jamás se han metido un ´chutazo´.

*Periodista