Entras en el Hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres a las 8,45 de la mañana. Te han citado por teléfono para hacerte varias pruebas. Vas al puesto de información y una sonriente señorita te dice que pases por una ventanilla, donde un administrativo te facilita los volantes pertinentes y te indica amablemente los pasos que debes seguir. Te diriges a la unidad de extracción de sangre. Allí esperan alrededor de cien personas. El protocolo de atención transcurre con fluidez. Los enfermeros y enfermeras se desenvuelven con soltura. Tan solo las quejas de algún usuario impaciente rompe la normalidad. Después de esperar unos inevitables y comprensibles cuarenta y cinco minutos, una enfermera te extrae la sangre con destreza. La siguiente prueba es la radiológica. En la unidad de radiología aguardan alrededor de veinticinco pacientes. Algunos están tensos, comentan que llevan esperando mucho tiempo. Varios recriminan al personal la tardanza. Transcurridos cuarenta minutos te hacen la radiografía. La próxima prueba, un electrocardiograma. La sala de espera, que sirve a la vez para la consulta de cardiología y otras especialidades, está a rebosar. No dejas de oír comentarios de usuarios que protestan porque llevan mucho tiempo esperando. En algunos casos trasmiten su descontento al personal sanitario. Después de hora y media, una activa y afable enfermera te hace el electrocardiograma. Has terminado, por fin, de hacerte las pruebas. Tu tiempo de espera total ha sido de casi tres horas.

Sales del hospital pensando que realmente la sanidad carece de infraestructura necesaria y del personal suficiente para atender debidamente a los pacientes. A esto hay que sumar la poca paciencia que tienen algunos usuarios, quienes en algunos casos entorpecen el normal funcionamiento increpando y quejándose a los que no tienen la culpa de la mala gestión de los gobernantes.

Seguro que muchos de estos son de los que esperan su turno pacientemente, sin emitir queja alguna, en las salas de espera de consultas médicas privadas.